En 2012, llevé a Francisco Domínguez Brito a conocer al Paradero de Camarones. Francisco, el político más honesto y capaz que he conocido, era entonces el fiscal general de República Dominicana. Salimos de La Habana de madrugada y volvimos tarde en la noche, después de darle una vuelta en redondo a mi provincia.
Íbamos con Elizabeth (su esposa), Diana (ya en ese entonces no sabía andar sin ella), y Alejandro Aguilar. Durante casi todo el viaje hablamos de medio ambiente, comparábamos los entornos cubanos con los dominicanos, celebramos el paso por un costado de la ciénaga de Zapata.
Recuerdo que en algún momento discutimos, porque yo me quejé de la deforestación y él opinó que el caso dominicano era más grave. Curiosamente, Francisco es hoy ministro de Medio Ambiente y ha hecho una admirable labor para rescatar los bosques en el corazón de la Cordillera Central, donde nacen los ríos más importantes de La Española.
“Aquí ningún dato es confiable, Cuba y República Dominicana no se pueden comparar por las cifras oficiales —recuerdo que le dije—. Algún día se sabrá las verdaderas dimensiones de la catástrofe ecológica que hay en este país”.
Hoy recordé aquel viaje nuestro, a través de Mayabeque, Matanzas, Cienfuegos y Villa Clara, después de ver un video sobre “el ferrocarril”, un mercado de aves exóticas que hay en La Habana, junto a las vías. Cuando pasa el tren, quedan al descubierto el comercio ilegal de valiosas especies.
Muchas aves migratorias en peligro de extinción acaban allí, en una jaula dentro de otra jaula. Alguien que ya estaba encerrado y que no sabe cómo escapar de su realidad, le tiende una trampa a la continuidad de una especie. Es así que muchos azulejos (Passerina cyanea) jamás vuelven a su lugar de origen.
Siempre hago apuntes de mis experiencias. De aquel viaje con Francisco, Elizabeth, Diana y Alejandro encontré hace poco una línea: “No hay nada más devastador que un sobreviviente”. Ese es también el único comentario que se me ocurre después de ver el mercado clandestino.
El ferrocarril, junto a las vías, donde a La Habana se le caen las alas.
El ferrocarril, junto a las vías, donde a La Habana se le caen las alas.
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