A propósito de mi post “La cara de la opresión”, publicado en El Fogonero el pasado 2 de abril, un escritor dominicano me envió una pequeña nota. No revelo su nombre porque me lo pidió enfáticamente. “Tienes que entendernos, querido Camilo —escribió—, nosotros padecimos la dictadura de Balaguer”.
“Eso es justo lo que nos diferencia, querido _________, —le respondí—. Para poder afirmar que Fidel Castro era un dictador nunca me he visto en la necesidad de tener que simpatizar con el Balaguer dictador. Ser crítico con una dictadura de izquierda no me convierte en un hombre de derecha”.
Curiosamente, hace unos días, unos queridos amigos también se quejaron de mis ideas. “Cada vez nos resulta más difícil hablar contigo —me dijeron—, porque asumes posturas de ultra derecha”. Por más que insistí en que me aclararan cuáles eran esas posturas, no me supieron decir.
En América Latina, son pocos los intelectuales que se han atrevido a criticar frontalmente los horrores y los crímenes cometidos por la izquierda. Todavía son menos los que han sido de verdad consecuentes con sus ideas. La matanza de Tlatelolco es un buen ejemplo para ilustrar lo que digo.
El 2 de octubre de 1968, cuando más de 300 estudiantes fueron masacrados en la Plaza de las Tres Culturas, muchos intelectuales de izquierda cobraban en la nómina del gobierno mexicano. Ninguno renunció a su puesto. De hecho, el único funcionario público que le envió una carta de renuncia al presidente Gustavo Díaz Ordaz, fue el embajador en la India. Era Octavio Paz.
Paz nunca lo pensó veces para declararle la guerra a las injusticias, sin importarle las consecuencias que eso tuviera. Cuando la inmensa mayoría de los intelectuales latinoamericanos babeaban de simpatías con la revolución cubana, él se levantó a condenar el caso Padilla, los campos de concentración y cada acción totalitaria del régimen.
Muchas veces he tenido que oír a escritores y artistas de mi país asegurando que a ellos no les interesa opinar de política, que todo lo que tienen que decir lo dicen a través de sus obras. Sin embargo, jamás pierden la oportunidad de protestar por las injusticias más remotas y, sobre todo, por las del gobierno de Estados Unidos.
“Lo importante no es vivir hacia el futuro ni nostálgico en el pasado, sino vivir intensamente en este instante”, dijo una vez Octavio Paz. Mi manera de vivir intensamente cada uno de mis instantes es dejando constancia de lo que pienso, aun cuando corra el riesgo de que me acusen de lo que no soy.
Prefiero equivocarme a morderme la lengua.
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