El 19 de agosto de 2006, abrí una cuenta en Blogger y publiqué el primer post en El Fogonero. Para celebrar los 10 años de esta bitácora, le haré pequeñas entrevistas a creadores cubanos que han sido importantes para mí por alguna razón. Quiero que sus palabras se conviertan en mi fiesta.
Nunca me encontré con él en Cuba, tampoco hemos coincidido fuera. Aunque intercambiamos emails, tuits, links, saludos y hasta abrazos electrónicos, no puedo decir que somos amigos. Sin embargo, siempre le leo como si fuera alguien muy cercano.
Nunca me encontré con él en Cuba, tampoco hemos coincidido fuera. Aunque intercambiamos emails, tuits, links, saludos y hasta abrazos electrónicos, no puedo decir que somos amigos. Sin embargo, siempre le leo como si fuera alguien muy cercano.
Una vez le oí decir a uno de los intelectuales cubanos
que suelen ser identificados como parte de la oficialidad de la isla, que Rafael
Rojas era la mente más organizada que había dado nuestro país después de José
Raúl Capablanca. Lo curioso es que lo dijo en un momento en que trataba de
quitarle la razón a una tesis suya.
Encima de mi mesa de trabajo solo tengo los libros que más reviso, la mayoría tratan sobre la naturaleza de Cuba o República
Dominicana. También tengo los Diarios de José Martí (los uso como una guía del
territorio en el que vivo) y todo lo que he conseguido de Rafael Rojas.
Al no estar en mi país, al no poder entrar y salir de mi
cultura como quisiera, nadie me mantiene más atento que él.
La
historia que nos enseñan en las escuelas cubanas está trucada y a veces hasta
trocada… Por eso tus libros, al menos a mí, me han servido para ir llenando
vacíos. ¿Cómo se gestó en ti la desconfianza, en qué momento dejaste de creer
en lo que nos contaban los vencedores?
No sé si la palabra desconfianza capta correctamente las
primeras dudas y cuestionamientos frente a la historia oficial, que creo haber
sentido desde mis años de estudios de Filosofía en la Universidad de la Habana,
a fines de los 80. Mi interés por intelectuales de la tradición liberal o
republicana de la isla, como Francisco de Arango y Parreño, José Antonio Saco,
Enrique José Varona, Fernando Ortiz y Jorge Mañach, surgió en aquellos años.
Diría que mis primeras reacciones contra el discurso hegemónico adoptaron la
forma de una demanda de mayor pluralidad en la historia de las ideas que se
hacía entonces en Cuba.
A menudo
los cubanos comparten en las redes sociales comparaciones de la República con
la Revolución. Aun en los balances más insulsos, la primera mitad del siglo XX
parece haber sido mucho mejor aprovechada que el periodo que va desde 1959
hasta hoy. ¿Cuál es, para ti, la manera más objetiva de cotejar las dos mitades
de la Cuba contemporánea?
Tu pregunta parte de una premisa fundamental: reconocer
que el tiempo moderno de Cuba está partido en esas dos mitades, la republicana
y la revolucionaria, sin obviar las diferencias entre ambas entidades. Lo que
llamamos “periodo republicano” fue una sucesión de gobiernos democráticos y
autoritarios, de soberanía limitada o intervenida, de corrupción y demagogia,
pero también de crecimiento económico sostenido, de riqueza cultural, de
modernidad de la esfera pública y de dinamismo de la sociedad civil.
Lo que entendemos por periodo “revolucionario” no es, a
mi juicio, algo equivalente a una “Revolución” de 57 años, como sostiene la
propaganda gubernamental, sino a un cambio, en efecto, revolucionario,
producido entre los años 60 y 70, que es sucedido por un nuevo Estado y una
nueva sociedad, que entran en crisis en los 90 y que dos décadas después de la
desaparición del sistema soviético, que fue su referente y soporte, colapsan.
En mi opinión, el balance en términos económicos,
jurídicos y políticos es favorable al periodo republicano, pero no tiene
sentido ignorar que la mitad revolucionaria produce una relocalización de Cuba
en el mundo y una experiencia cultural e, incluso, moral, en forma de politización
utópica o de resistencia o compensación del totalitarismo, disidencia, crítica
o exilio, que forma parte del legado de los cubanos en el siglo XXI.
Muchos
afirman que la nación cubana, como la industria azucarera o La Habana, está en
ruinas. ¿Cómo valoras el estado actual de los intangibles que ayudan a definir
lo cubano?
He llegado a la conclusión, tal vez por mi formación
filosófica e histórica, que las naciones, especialmente las americanas, que
surgieron de procesos de descolonización, no decaen o se agotan sino que mutan
y se transforman. La idea de que la identidad nacional cubana está “amenazada”
o en “vías de extinción”, que leemos sintomáticamente en medios de la isla y
del exilio, desde perspectivas, naturalmente, antagónicas, me parece
conservadora y equivocada.
El país de las ruinas, las tribus urbanas, el reggaetón,
el paquete, la desigualdad creciente, los nuevos ricos, los empresarios y los
burócratas, la precariedad y la represión, pero también de Yoani Sánchez y
Jorge Enrique Lage y Ahmel Echevarría, de Los Carpinteros y Tania Bruguera, de
los nuevos documentalistas y Harold López Nussa y Michel Herrera, no es la
negación de lo nacional sino su nueva fase.
Prefiero pensar que el problema cubano es centralmente
político —la ausencia de democracia— y no cultural porque confundir la crisis
del Estado con el colapso de la nación conduce, alternativamente, al
nacionalismo o al nihilismo.
¿Qué
tiempo hace que no vuelves a Cuba? ¿Cómo se piensa tanto en Cuba (y hablo de
ideas, no de nostalgia) sin poder poner un pie en ella?
Mi último viaje en condiciones normales a La Habana fue
en 1994, cuando pasé unas vacaciones allí, mientras estudiada el doctorado en
Historia en El Colegio de México. En diciembre de 2009 recibí un permiso
humanitario de cinco días para visitar a mi padre, antes de morir, en el
hospital Ameijeiras.
No siento que en esos pocos días haya estado realmente
en La Habana. Estuve en otro lugar y no, precisamente, porque la ciudad me
resultara ajena. Sabía que viajaba a un sitio muy distinto al que dejé veinte
años atrás. Pero no creo que la distancia o la ausencia imposibiliten el
conocimiento o la intervención pública sobre un país, menos en el siglo XXI.
Hay un “saber de ausencia”, como diría Gustavo Pérez
Firmat, que se intensifica con la fisonomía migratoria de nuestra época. Para
mí, el trabajo intelectual sobre Cuba forma parte cada vez más de la
observación y el estudio de la realidad latinoamericana y caribeña. Es algo
incorporado a mi práctica académica y crítica con total naturalidad y soy
consciente de que la globalización lo facilita.
En tu
libro Isla sin fin reproduces un
graffitti habanero: “Letrados sin ciudad por un patriotismo suave”. Si ahora
mismo pudieras escribir en una pared de La Habana, ¿qué pondrías?
“Lo
perdido, lo irremediablemente perdido, sólo se recupera por medio de la
escritura”, una frase, más o menos, de Roberto Bolaño.
2 comentarios:
Siga el cumpleaños..qué lo vale. Gracias Fogonero de siempre.
Es la tercera que leo. Todas asertivas, serenas, emotivas pero sin la histeria al uso. Se agradecen.
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