05 diciembre 2015

La vaquera de Piantini

(Escrito para la columna Como si fuera sábado de la revista Estilos)

Santo Domingo, viernes 20 de noviembre de 2015. Son las cuatro de la mañana y un joven, que se dirige a su trabajo en un taxi, graba un video que unas tres horas después será una tendencia en las principales redes sociales donde interactúan los dominicanos.
Al principio solo se ve una Ford Explorer estacionada en el mismo medio de la calle (se trata de la Gustavo Mejía Ricart, una arteria clave en el corazón de la ciudad). Se oyen bocinas y sirenas (las cuales no provienen de patrullas ni de ambulancias sino de uno de esos vehículos que, violando la Ley, las usan).
—¡Esto es grande, amigo! ¿Eh? —Se oye que le dice el taxista al que graba el video.
La escena, alumbrada por las luces de los automóviles, permanece vacía hasta que por fin un hombre entra en ella. Se mueve en contra de su voluntad. Una  mujer lo empuja por la espalda. Ambos se tambalean. Cuando ella logra convencerlo de que se suba al vehículo que mantiene paralizado el tráfico, se oye un disparo.
Al parecer lo hizo uno de los que permanecían atrapados en el taponamiento, después de perder la paciencia. Asustada, la mujer se lleva las manos al pecho y grita. Luego mete la cabeza en el vehículo y saca una pistola. Dispara al aire. Apunta desafiante a la fila de vehículos. Abre los brazos.
—Lo más terrible de esta injustificable situación es que el disparo lo hiciera una mujer, coñazo, una maldita mujer —dijo cuatro horas después un comentarista en la radio— ¿En qué país estamos viviendo?
La respuesta a esa pregunta empieza por él mismo. Vivimos en un país donde, después de una escena tan desconcertante, a un periodista lo que más le llama la atención es que el segundo disparo (ese detalle es muy importante) lo hiciera una mujer.
Las reacciones de una parte de la sociedad, de la prensa y del Ministerio Público ante ese segundo disparo, demuestran cuan primitivo puede llegar a ser todavía nuestro machismo. La mujer, incluso para algunas instituciones, sigue siendo un ser inferior que debe una particular obediencia.
Hace unos días me contaron el caso de una madre que decidió divorciarse por razones de suficiente peso: ya no amaba a su marido ni sentía la más mínima admiración por él. Solo pudo retener la custodia de sus hijos cuando se comprometió a ir a misa todos los días y a confesarse una vez a la semana.
Al parecer, para su devoto y obcecado ex marido esa era la garantía de que ella, aun lejos de él, mantendría la calidad moral para criar a sus hijos. Ojo. Eso no ocurrió en el Estado Islámico ni en el territorio ocupado por los talibanes en Afganistán. Sucedió a unos pasos de usted, en un hogar de la clase media alta dominicana.
Si un hombre tiene una amante, es un héroe que merece admiración y su esposa no debe poner en riesgo el matrimonio (por algo juró ante Dios que en las buenas y en las malas). En cambio, si es la mujer la que decide romper un lazo nocivo incluso para los hijos, merece duros cuestionamientos y graves consecuencias (hasta laborales, si fuera posible).
Él siempre es un santo. Ella, dependiendo de su docilidad y sometimiento (al esposo, a la sociedad y a ciertas instituciones). La vaquera de Piantini —como comenzaron a llamarle en las redes sociales— fue una entre todos los que hicieron mal las cosas en la madrugada del 20 de noviembre, cuando la circulación se detuvo en una de las arterias del corazón de Santo Domingo.
Pero solo ella fue condenada y de manera desproporcionada. No fue por el disparo al aire, fue por ser mujer.

1 comentario:

Mariposa dijo...

Gracias una vez más por contar las cosas como son.