(Escrito para la columna Como si fuera sábado de la revista Estilos)
Santo Domingo, viernes 20 de noviembre de 2015. Son las cuatro de la mañana y un joven, que se dirige a su trabajo en un taxi, graba un video que unas tres horas después será una tendencia en las principales redes sociales donde interactúan los dominicanos.
Santo Domingo, viernes 20 de noviembre de 2015. Son las cuatro de la mañana y un joven, que se dirige a su trabajo en un taxi, graba un video que unas tres horas después será una tendencia en las principales redes sociales donde interactúan los dominicanos.
Al
principio solo se ve una Ford Explorer estacionada en el mismo medio de la
calle (se trata de la Gustavo Mejía Ricart, una arteria clave en el corazón de
la ciudad). Se oyen bocinas y sirenas (las cuales no provienen de patrullas ni
de ambulancias sino de uno de esos vehículos que, violando la Ley, las usan).
—¡Esto
es grande, amigo! ¿Eh? —Se oye que le dice el taxista al que graba el video.
La
escena, alumbrada por las luces de los automóviles, permanece vacía hasta que
por fin un hombre entra en ella. Se mueve en contra de su voluntad. Una mujer lo empuja por la espalda. Ambos se
tambalean. Cuando ella logra convencerlo de que se suba al vehículo que
mantiene paralizado el tráfico, se oye un disparo.
Al
parecer lo hizo uno de los que permanecían atrapados en el taponamiento,
después de perder la paciencia. Asustada, la mujer se lleva las manos al pecho
y grita. Luego mete la cabeza en el vehículo y saca una pistola. Dispara al
aire. Apunta desafiante a la fila de vehículos. Abre los brazos.
—Lo
más terrible de esta injustificable situación es que el disparo lo hiciera una
mujer, coñazo, una maldita mujer —dijo cuatro horas después un comentarista en
la radio— ¿En qué país estamos viviendo?
La
respuesta a esa pregunta empieza por él mismo. Vivimos en un país donde,
después de una escena tan desconcertante, a un periodista lo que más le llama
la atención es que el segundo disparo (ese detalle es muy importante) lo
hiciera una mujer.
Las
reacciones de una parte de la sociedad, de la prensa y del Ministerio Público
ante ese segundo disparo, demuestran cuan primitivo puede llegar a ser todavía
nuestro machismo. La mujer, incluso para algunas instituciones, sigue siendo un
ser inferior que debe una particular obediencia.
Hace
unos días me contaron el caso de una madre que decidió divorciarse por razones
de suficiente peso: ya no amaba a su marido ni sentía la más mínima admiración
por él. Solo pudo retener la custodia de sus hijos cuando se comprometió a ir a
misa todos los días y a confesarse una vez a la semana.
Al
parecer, para su devoto y obcecado ex marido esa era la garantía de que ella,
aun lejos de él, mantendría la calidad moral para criar a sus hijos. Ojo. Eso
no ocurrió en el Estado Islámico ni en el territorio ocupado por los talibanes en
Afganistán. Sucedió a unos pasos de usted, en un hogar de la clase media alta
dominicana.
Si
un hombre tiene una amante, es un héroe que merece admiración y su esposa no
debe poner en riesgo el matrimonio (por algo juró ante Dios que en las buenas y
en las malas). En cambio, si es la mujer la que decide romper un lazo nocivo incluso
para los hijos, merece duros cuestionamientos y graves consecuencias (hasta
laborales, si fuera posible).
Él
siempre es un santo. Ella, dependiendo de su docilidad y sometimiento (al
esposo, a la sociedad y a ciertas instituciones). La vaquera de Piantini —como
comenzaron a llamarle en las redes sociales— fue una entre todos los que
hicieron mal las cosas en la madrugada del 20 de noviembre, cuando la circulación
se detuvo en una de las arterias del corazón de Santo Domingo.
Pero
solo ella fue condenada y de manera desproporcionada. No fue por el disparo al
aire, fue por ser mujer.
1 comentario:
Gracias una vez más por contar las cosas como son.
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