26 mayo 2015

Marianela

Este texto aparecerá en el libro Marianela Boán. La danza del pensamiento, donde Alejandro Aguilar acopia testimonios, críticas, ensayos, apuntes biográficos y reflexiones sobre la obra de la bailarina y coreógrafa cubana.
 A mediados de los años 80 del siglo pasado, yo estudiaba teatro en la escuela Nacional de Arte de Cubanacán, en La Habana. Entonces, Marianela Boán ya era uno de nuestros referentes, por su necesidad casi compulsiva de estar a la vanguardia y crear de manera constante.
Me veo claramente en una de las aulas de aquella escuela, mirándola encandilado, mientras ella explicaba para qué le servía el arte. Era una rubia preciosa que se movía siempre con impaciencia, pero en aquella figura lo que yo veía era al verdadero artista.
30 años después, Marianela Boán sigue siendo un referente que aún persigue a la vanguardia y crea de manera constante. Además, se ha convertido en maestra de varias generaciones de bailarines, actores y coreógrafos, compartiendo con ellos la esencia de su vital legado.
La rubia preciosa al final fue merecida por mi hermano Alejandro Aguilar, quien ha recorrido junto a ella las innumerables rutas que han definido su experiencia de vida. Ahora somos como una familia, pero su talento me sigue encandilando.
Estar cerca de sus impacientes movimientos me ayuda a pensar mejor y, sobre todo, a ser mejor.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo subrayo esa divina impaciencia que apuntas. Ella no entiende de imposibles y tiene una energía que me ha movido desde que la conozco.
Es como le digo siempre, gracias por permitirme estar cerca tuyo. Yo me hago persona al estar cerca de tu arte y tus afanes.

Larga vida a la reina!!!!!