(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos)
El
suceso se convirtió en una tormenta viral alrededor del mundo. Todo empezó
cuando las autoridades australianas descubrieron que Boo y Pistol, los yorkshire
terrier de Johnny Depp, había sido introducidos en el país de manera ilegal.
Muchos
destinos turísticos en el mundo estarían encantados de ser los anfitriones de
las mascotas del protagonista de Piratas del Caribe. Pero en Gold Coast, la
Ley está por encima de la “chulería” y son muy estrictos a la hora de evitar la
importación accidental de enfermedades e infecciones animales.
Barnaby
Joyce, el ministro de Agricultura, fue tajante: “O el señor Depp se lleva a sus
perros de regreso a California o vamos a tener que sacrificarlos. Nos encantan
sus películas, pero eso no significa que pueda estar por encima de la Ley en
Australia", agregó.
Segundos
después de la rueda de prensa del ministro, el hashtag #WarOnTerrier se
convirtió trending topic a nivel global. Mientras, en la plataforma Change.org,
miles de firmas pedían al Gobierno de Australia que indultara a Boo y a Pistol.
A más
de 15 mil kilómetros de la ciudad donde se filma la quinta entrega de “Piratas
del Caribe”, en el verdadero mar que inspiró la leyenda de Jack Sparrow y el Perla
Negra, la legendaria embarcación del pirata, está Santo Domingo.
¿Qué
hubiera ocurrido aquí si Johnny Depp desembarca en el aeropuerto con sus dos
mascotas? Una vez le oí decir a Rafael Emilio Yunén que la cultura de las
pequeñas transgresiones en República Dominicana comenzó a gestarse a partir de
la caída de la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo.
Después
de tres décadas de terrible represión, la gente empezó a establecer sus propios
espacios de libertad. Recuerdo que el profesor Yunén lo explicó a través de una
foto del Mercado Modelo que se incluyó en la memorable exposición de Max Pou.
“La
respuesta al orden impuesto por la represión y no a través de una cultura, fue
el desorden como señal de libertad”, fueron más o menos las palabras de Rafael
Emilio. Hace ya varios años, pasaba frente a un televisor y oí una frase de
Huchi Lora que se me quedó grabada.
“El
presidente que organice el tránsito en República Dominicana será el mejor
presidente de la historia de República Dominicana”, dijo el comunicador. Ese es,
quizás, el mejor ejemplo para explicar la cultura de pequeñas trasgresiones que
día a día va erosionando la habitabilidad de nuestras comunidades.
Vivo
en una calle de una sola vía. A menudo veo a una señora que, cuando vuelve con
su nieta del colegio, se “roba” media cuadra. Transitar esos 50 metros en vía
contraria le permite evitar un gran tapón. Cuando crezca, su nieta hará lo
mismo, pero quizás sea un poco más que media cuadra.
Debido
a mis rutinas diarias por la ciudad, suelo coincidir con un lujoso vehículo que
no lleva placa dominicana sino del Principado de Mónaco. La primera vez me
pareció simpático, la segunda ridículo y la tercera alarmante. ¿Será posible
que nadie se atreva a exigirle que cumpla la Ley?
Cuando
las pequeñas transgresiones llegan al poder, mutan en impunidad. Sobran ejemplos
recientes. Desde los flanqueadores que paralizar la ciudad para que su amo,
perdón, su jefe se abra paso; hasta los que festejan con descaro un desfalco al
erario público.
Tuve
que entregar esta columna a la editora antes de que se diera a conocer la
suerte que corrieron los perros de Johnny Depp. Aun así, puedo asegurar que no
se quedaron en Australia y que el actor tuvo que abordar el Perla Negra sin
ellos.
Ayer coincidí otra vez con la señora que se roba
los 50 metros de calle en vía contraria. Le abrí los brazos en señal de
protesta y me respondió con un gesto de ternura. “Es solo un pedacito de
calle”, parecía decirme. Fue entonces que pensé en Boo, en Pistol y empecé a
escribir.
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