Eso
nos llevó a la ruina de la noche a la mañana. Los barcos dejaron de llegar, las
ciudades se apagaron, los trenes se detuvieron, las tiendas se vaciaron y la
vida cotidiana se convirtió en un infierno. Siento una especial gratitud por
los músicos y los discos que me ayudaron a sobrevivir todo eso.
Entonces
laboraba en el antiguo edificio del Diario
de la Marina, donde habían amontonado a todas las publicaciones de la
Editora Abril. Aunque no teníamos nada que hacer en El Caimán Barbudo (las imprentas habían sido paralizadas),
debíamos pedalear cada día hasta nuestro puesto de trabajo.
Afortunadamente,
yo disponía de un walkman y de cuatro baterías recargables. Eso me permitía ir
escuchando música mientras mi bicicleta china se arrastraba entre El Vedado y
La Habana Vieja. Tres músicos fueron especialmente solidarios conmigo en esos
trayectos.
Mi
deuda con Van Morrison (por Hymns to the
Silence), con Buddy Guy (por Damn
Right, I've Got the Blues) y con B.
B. King (por Blues Summit) es
realmente impagable. Esos tres cassettes me ayudaron a soportar el hambre y a
vencer la claustrofobia que me producía el muro del Malecón.
En
el verano de 1993 salí por primera vez de Cuba. Cuando llegué a Madrid me
esperaban Bladimir Zamora y Kiki Álvarez con un increíble regalo. Había
conseguido tres boletas para un concierto de B. B. King en la plaza de toros de
Las Ventas.
Cuando
sonó el primer acorde de Lucille empecé a llorar. Actualmente en mi iTunes hay
16 discos de B. B. King. Casi a diario le pido que me toque algo. La mala
noticia de hoy no hará que las cosas cambien. Él y su guitarra me tendrán que
seguir haciendo compañía como si nada hubiera pasado.
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