(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos)
Antes
de seguir a alguien en Twitter suelo revisar su perfil. Esa mínima ventanita se
ha convertido en una de las oportunidades más precisas que tenemos para
sintetizar nuestro curriculum vitae. Algunos se lo toman demasiado en serio, otros
lo hacen de una manera muy ridícula. Particularmente, prefiero a los que acuden
al humor o al sarcasmo.
Uno
de los perfiles que más he disfrutado en Twitter es el del escritor Pedro
Cabiya: “agent provocateur”. Cada uno de sus tweets le hace honor a esa labor
que él mismo se ha fijado. Se puede estar de acuerdo o no con lo que él dice,
pero no hay manera de ser indiferente a sus afirmaciones, preguntas, dudas o
desconciertos, ya sea en forma de preguntas o respuestas.
Cabiya
cumple a cabalidad, dentro de la sociedad dominicana, con el rol que se espera
de un intelectual, ese que los colaboradores de Wikipedia definen, en 2014, de
la misma manera que lo hacían los antiguos: “el que se dedica al estudio y la
reflexión crítica sobre la realidad, y comunica sus ideas con la pretensión de
influir en ella, alcanzando cierto estatus de autoridad ante la opinión pública”.
El
intelectual es, como acierta Cabiya, un provocador por antonomasia. Pero un
provocador para bien, algo tan útil donde hay tantos provocadores para mal.
Vivimos rodeados de malos ejemplos. A todos los niveles, desde los que ocupan
los más importantes responsabilidades hasta los individuos que desempeñan las
posiciones menos relevantes, se ha perdido la necesidad de hacer cumplir y
cumplir las Leyes.
Por
todos lados nos provocan. Nos provocan los que prefieren bloquear la ciudad y
doblarle el pulso a la sociedad antes que respetar una señal del tránsito. Nos
provoca el funcionario cuyo vehículo oficial es una despampanante Porsche
Cayenne. Nos provoca el dueño del Jaguar que, en lugar de usar la misma placa
que el resto de los dominicanos, presume una del Principado de Mónaco.
Cada
una de esas provocaciones, precisan de otro provocador, que les salga al paso
desde la responsabilidad y la inteligencia. Un provocador que no tenga más
intereses ni ambiciones que la necesidad de dejar por escrito sus principios y
convicciones. Un provocador que no se deba a la disciplina de un partido ni a
la obediencia de una institución religiosa.
Para
Nietzsche la capacidad intelectual de un hombre debía medirse por la dosis de
humor que era capaz de utilizar. Al principio advertí que prefería los que se
valían del humor o el sarcasmo para autodefinirse. Esa simpatía es directamente
proporcional al rechazo por los rimbombantes y pretenciosos.
Ciertas
columnas de opinión de algunos “intelectuales” (las comillas, obviamente, están
puestas con humor y sarcasmo) son verdaderos ejercicios de funambulismo,
logrando llegar de un extremo al otro del texto, haciendo un equilibrio
perfecto entre la palabrería y el no tener nada que decir, ¡justo en una
sociedad donde urge expresar tantas cosas!
Otros,
que son los casos más tristes, aun teniendo el talento para hacer aportes
realmente importantes, se conforman con un puestecito que les permita darse
algunos lujitos. Nada del otro mundo: dar algún viajepor Suramérica, sentarse a
la diestra del ministro de turno o quedarse con un pedacito de la cinta en
algún acto inaugural. Todo lo que sacrifican por ese afán, nos priva de sus contribuciones,
que en verdad hubieran sido muy útiles.
Solo
por eso hay que darle las gracias a tipos como Pedro Cabiya, que no caen en la
tentación de sentirse mimados ni ceden ante las presiones sociales. Nos hacen
falta muchos más como él. Es urgente. República Dominicana necesita
provocadores para obras de bien.
Aún
estamos a tiempo. Peor si seguimos como vamos, llegará el día en que ya se nos
hará demasiado tarde.
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