Bajo el cielo viscoso de Montecristi,
dentro de una mañana opaca
que se tendía en dirección
al océano,
cargamos las piedras
que podremos en la nueva casa.
El mar, a lo lejos,
parecía el fondo de una batalla,
los restos de algún pasaje
que la historia dejó al descuido.
Luego llegó la noche, estricta
como un manifiesto,
y leímos a Máximo a la intemperie.
La vuelta a su tierra
del guerrero
se oyó en voz alta
sobre la sal dormida
y el silencio
conforme de la montaña.
Bajo el cielo viscoso de Montecristi
te volviste para hacer una última foto.
Antes de que la noche
nos diera otra vez alcance,
empacamos
y salimos de regreso a Santo Domingo.
La lluvia del Cibao
borró las huellas de la huida.
Recuerdo que apagaste la música
para que se oyera el agua sobre el vidrio.
Ninguno de los dos lo admitiría,
pero justo en ese momento
se oyó otra vez la voz del guerrero.
Parecía exhausto,
vencido;
rogaba por Montecristi, al abandonarlo.
dentro de una mañana opaca
que se tendía en dirección
al océano,
cargamos las piedras
que podremos en la nueva casa.
El mar, a lo lejos,
parecía el fondo de una batalla,
los restos de algún pasaje
que la historia dejó al descuido.
Luego llegó la noche, estricta
como un manifiesto,
y leímos a Máximo a la intemperie.
La vuelta a su tierra
del guerrero
se oyó en voz alta
sobre la sal dormida
y el silencio
conforme de la montaña.
Bajo el cielo viscoso de Montecristi
te volviste para hacer una última foto.
Antes de que la noche
nos diera otra vez alcance,
empacamos
y salimos de regreso a Santo Domingo.
La lluvia del Cibao
borró las huellas de la huida.
Recuerdo que apagaste la música
para que se oyera el agua sobre el vidrio.
Ninguno de los dos lo admitiría,
pero justo en ese momento
se oyó otra vez la voz del guerrero.
Parecía exhausto,
vencido;
rogaba por Montecristi, al abandonarlo.
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