(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos)
Ocurre
cada quince días. Un fin de semana sí y un fin de semana no, caigo en un
angustioso desasosiego. Sucede cada vez que llega la hora de entregar el
próximo texto de esta columna. Cerca del mediodía del viernes recibo un
ultimátum de Sinthia Sánchez, la editora de Estilos.
Cada
vez que llega ese email a mi Inbox, me doy por vencido. Entonces busco a Diana
por todas partes y, cuando por fin doy con ella, le confieso mi angustia. Hablo
en voz muy baja, como si me costara mucho trabajo admitirlo: “Mi amor, no se me
ocurre nada”.
Aunque
soy reincidente en esto y al final acabo recabando su auxilio, ella no pierde
la calma ni se envanece. Empieza por una palabra, que pronuncia de la misma
manera siempre. Es un tono sosegado, suave, amoroso: “Tranquilo”. Luego, como
si me estuviera hablando de otra cosa, me hace muchas preguntas:
“¿Recuerdas
aquella frase que me leíste de Thoreau?” “¿Y si comentas los temores de Mario
Vargas Llosa con la Web 2.0?” “¿Y lo que hablamos de Woody Allen en
Montecristi?” “¿Se te olvidó que le debes un homenaje a tu hermano Mario
Dávalos, por lo de su libro de las aves?” “¿Cuándo vas a escribir lo del miedo?”…
No
crean que esas preguntas bastan, son solo el comienzo. Porque entonces, cuando
por fin creo tener un tema y la manera de abordarlo, ella empieza a
cuestionarlo. Sin transición alguna, deja de motivarme y se concentra en
discutir la raíz de las cosas. Partiendo de un principio al que jamás renuncia,
insiste en que el lenguaje es solo una cáscara, que lo esencial está en las ideas.
Esta
vez, el ultimátum de Sinthia Sánchez vino acompañado de una sugerencia. El
próximo número de la revista (es decir, éste) circularía el 8 de marzo, Día
Internacional de la Mujer. “Por si te interesa escribir algo sobre el tema”, me
decía. Por primera vez, decidí no buscar a Diana por todas partes.
El
hecho de que le dediquemos un día determinado a alguien o a algo, puede acabar
siendo contraproducente. Ese cumplido puntual nos excusa de continuar
reconociendo su valor por el resto del año. En una cultura raigalmente
machista, como la nuestra, celebrar el Día de la Mujer puede convertirse en un
insustancial homenaje a alguien tan decisivo.
A
diario, en los discursos políticos, en los medios de prensa y en la vida laboral,
incluso de boca de las propias mujeres, escuchamos frases machistas o
discriminatorias. Es muy difícil hacer pensar diferente a alguien que se crió
en una cultura donde el hombre, aunque sea un perfecto inútil, debe ser el
líder de la manada.
Esa
lógica tan ilógica hace que muchas jóvenes, aun teniendo la capacidad y las
oportunidades de desarrollarse profesionalmente, sueñan con la idea de un macho
alfa (y solvente, claro) que les permita convertirse en amas de casa. Prefieren
confiar en él antes que confiar en ellas mismas.
Más
que un día, donde se le suelen regalar flores y cumplidos cursis, lo que la
mujer precisa es que dejemos de ser machistas por el resto del año. Termino
aquí. Temo que a Diana le llame la atención que esta vez no he acudido a ella
con mi angustia. Trataré de disimular lo más que pueda. Aunque ya saben todo lo
que le debo, por favor, no se lo digan nunca. Sé que ella preferiría mantener
el secreto.
Ya viene. Voy a cerrar la computadora y ponerme a tararear una canción. Es lo que hago cuando disimulo. ¿Qué les parece esta, una de las más hermosas de Calamaro: “Lo importante es que nunca/ pude hacerte sentir mal./ Feliz día de la mujer mundial”.
Ya viene. Voy a cerrar la computadora y ponerme a tararear una canción. Es lo que hago cuando disimulo. ¿Qué les parece esta, una de las más hermosas de Calamaro: “Lo importante es que nunca/ pude hacerte sentir mal./ Feliz día de la mujer mundial”.
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