Mi
abuela Atlántida tenía una máquina de coser Singer. Con ella mi hizo camisas,
me remendó pantalones y me bordó algunos de los recuerdos más felices de mi
infancia. Cuando el Alzheimer hizo que se le olvidara cómo hilvanar los
ovillos, aquel antiguo artefacto se convirtió en mi escritorio.
Mis
primeros textos fueron escritos en la Underwood de mi abuelo Aurelio, mientras
le daba a los pedales a la Singer de mi abuela. El traqueteo constante de
aquellas dos antigüedes sonaba como música, la más inspiradora de todas las músicas.
A
Diana se la llevaron de Cuba a los cinco años. Casi no tiene recuerdos de ese
tiempo. Pero hubo un detalle que, sin ella saberlo, se quedó en su
subconsciente: su abuela hacía enormes sobrecamas de pequeños retazos. Lo supo
hace poco, cuando se compró una Singer para dedicarse al patchwork en sus ratos
libres.
—Eso
mismo hacía tu abuela —le dijo Elia, su madre, conmovida.
Remiendo
a remiendo, Diana ha ido armando las formas de lo que debió ser su infancia, de
haber permanecido junto a su abuela, sus tías y sus primas. Cuando ella pisa el
pedal de su novísima Singer, el golpe de las puntadas suena como si fuera el de mi
abuela.
Este texto fue escrito en mi MacBook Pro, mientras Diana cose. El traqueteo constante va remendado cosas, tanto dentro de ella como dentro de mí.
Este texto fue escrito en mi MacBook Pro, mientras Diana cose. El traqueteo constante va remendado cosas, tanto dentro de ella como dentro de mí.
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