(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos. La imagen es una obra del artista dominicano Jorge Pineda)
Hace
dos semanas, una sentencia del Tribunal Constitucional de República Dominicana
convirtió a generaciones enteras en aves de paso. Ese plumazo, que parece dado
en las postrimerías del siglo XVIII y no en el XXI, niega lo innegable, insiste
en dividir y delimitar lo que la realidad ha juntado.
Es
comprensible, se trata de una élite que se resiste a asumir su verdadera
identidad y hace lo que tenga que hacer para creer que son la que desean ser.
Ya una vez Rafael Leonidas Trujillo se inventó una raza: el indio. Ese
eufemismo le servía para sentenciar que el color de muchos dominicanos no era
como se veía, sino como él se lo imaginaba.
En
el libro “Duarte en mi corazón de niño”, Juan Gilberto Núñez apela a una ingenuidad
realmente infantil para que nos creamos que Juan Pablo Duarte era un rubio de
ojos azules. Es así que suplanta al prócer mestizo, que promovió el
(re)nacimiento de una verdadera nación dominicana, por una especie de káiser
tropical.
A
propósito de la sentencia del Tribunal Constitucional, tratando de justificar
lo injustificable, un legislador se hizo una pregunta en Twitter: ¿Quien define
la nacionalidad, los poderes públicos de República Dominicana o los poderes
foráneos?
Aunque
el principio de funcionamiento de las redes sociales es el diálogo, el
congresista no respondió ninguna de las interacciones. Aun cuando el
cuestionamiento solo se refería a la nacionalidad que se asienta en los
documentos oficiales, no dejaba de tener una implicación cultural. Es en ella
que me centraré.
No
habrá Senado, ni Congreso, ni Presidente ni Dios que pueda hacer de esta media
isla lo que no es. La cultura y las identidades de una nación no son
legislables, tampoco pueden acatar una sentencia ni ser administradas o
modificadas de acuerdo a los intereses o las ilusiones de una élite.
Uno
de los libros que mejor me han explicado a República Dominicana es “La isla tal
como es”, la respuesta de Rafael Emilio Yunén a esa falacia que Joaquín
Balaguer llamó “La isla al revés”. Esas pocas páginas de Yunén merecen estar en
todas las escuelas del país. Serían de una gran ayuda para que los estudiantes entiendan
lo que son y dónde viven.
Llama
poderosamente la atención que, el mismo día que el Tribunal Constitucional de
República Dominicana sentenció que aquí el futuro debía permanecer atado al
pasado; en Alemania, ¡en Alemania!, eran elegidos 34 diputados extranjeros para
ocupar puestos en el Parlamento. La mayoría de ellos son emigrantes africanos.
No
hay un solo lugar de la geografía dominicana donde uno pueda permanecer ajeno a
la inmensa y riquísima diversidad cultural de este país. Pocos lugares en el
planeta presumen de un mestizaje tan definitorio y rotundo.
Váyase
a la región que se vaya, sea en la dirección que sea, en esta mitad de la Isla
de La Española se hallarán los frutos incuestionables de la multiculturalidad.
Probablemente lo más arduo aquí sea encontrar rubios de ojos azules como el
Duarte que trataron de pintarnos, amparados en la ausencia de una iconografía
real.
Aunque
se trata de una élite muy reducida, han logrado una increíble capacidad para
imponerse a lo largo de la historia, desde la atroces años de la dictadura de
Trujillo hasta nuestros días. Por eso es difícil imaginar cuándo las aves de paso dejarán de serlo.
El
día que eso cambie, podremos hablar aún con más orgullo de los éxitos y los
logros de la diáspora dominicana en Norteamérica. Aquellas aves de paso que sí
pudieron quedarse para siempre, sin que nadie tratara de quitarles el derecho a
volar.
4 comentarios:
Excelente.
Excelente, Camilo, ese retroceso se ve también por estos países, el subdesarollo de ideas nosmantendrá sin avanzar.
Hermoso, a pesar de la fea realidad de la que hablas.
Hola Amigo, me parece excelente tu artículo sobre el asunto de la nacionalidad dominicana...No podía imaginarme que en días como estos, alguien pudiera albergar ideas tan descabelladas.
Un Abrazo y pronto nos veremos. Estás en Cuba?
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