Este
fue uno de mis juguetes preferidos. Volver a verlo me ha producido una gran alegría. Gracias al blog Cuba Material,
donde se atesoran verdaderas joyas de la antropología cubana, pude armar por
piezas algunos de los momentos más felices de mi infancia.
Los
que fuimos niños en la Cuba de los 60 y los 70 teníamos derecho a 3 juguetes al
año. Siempre llegaban en julio (para que quedara claro que no tenían nada que
ver con los Reyes Magos) y estaban divididos en categorías: básico, no básico y
dirigido.
La
granja fue uno de mis primeros básicos y casi de inmediato se convirtió en una
estación de trenes. Los animales viajaban por toda la casa en un largo carguero
que me hizo mi padre con pedazos de madera y latas vacías de puré de tomate,
sardinas y Spam (aclaro esto para que se imaginen los vagones).
Las
cercas eran los límites de mi patio ferroviario, el camión y el carretón
repartían a domicilio los paquetes que llegaban en el vagón de equipajes, el
tractor era usado para reparar las vías (que se extendían desde la sala hasta
la cocina) y el estanque de los patos era el jardín por el que entraban los
viajeros.
La
cosechadora se ocupaba de mantener las líneas principales y los ramales libres
de malas hierbas. En Hong Kong diseñaron una granja modelo, pero eso era algo muy
difícil de entender por un niño rodeado de cañaverales por todas partes.
La
caja sugiere un modo de disponer las 103 piezas, pero jamás le hice caso. En
el mundo ferroviario los límites se establecen de una manera diferente y eso
fue lo que hice. Les presento a la Estación Central de mi infancia. Noten el
túnel que tiene debajo del balcón, de ahí salieron todos los trenes que conduje
mientras fui niño.
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