(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos)
Pertenezco a un raro club. Está integrado por un uruguayo, un
venezolano, un español, un dominicano y dos cubanos. Solo comentamos lecturas. Aunque
todos escribimos y tenemos libros publicados, jamás hablamos de lo que hacemos.
Nos reunimos, con disciplina masónica, a hablar de obras ajenas.
Nos llamamos Los Búfalos y nos juntamos un martes sí y un martes
no. Aunque nunca faltan los destilados y el buen humor, todo se lleva a cabo
bajo estrictas leyes: El anfitrión del próximo encuentro decide la obra que se
discutirá en su terreno. Las lecturas son obligatorias, sin excusas. Recomendar
un mal libro puede ser penalizado.
Lo que empezó como una broma, ha acabado en blanco y negro en un
documento redactado por uno de los más reconocidos abogados de Caracas. El
“Código Búfalo” despeja todas las dudas que se puedan tener sobre las
interioridades del club. Solo se ha sido flexible en un punto: se aceptan los libros
que no se puedan tocar.
A todos nos encanta ir a Cuesta (el uruguayo e incluso el
madrileño aseguran que es una de las mejores librerías de Iberoamérica), pero
la mayoría de las veces compramos los libros en tiendas electrónicas. Unos van
con su Kindle y otros con el iPad. Rara vez alguien asiste con un libro físico
en las manos.
En el último encuentro, celebrado en uno de los bares del Hotel Hilton,
hablamos mucho de eso. El venezolano y uno de los cubanos, que son los más reticentes
al respecto, aceptaron que leer en esos artefactos es mucho más cómodo y
permite una interacción que no es posible con el libro de papel.
Es cierto que la pantalla no huele, que no se puede manosear, que
no sufre ese delicioso deterioro que vamos provocando al avanzar en un tomo;
pero hay muchas recompensas por ello. Como dije al principio, cinco de los seis
integrantes somos extranjeros. A todos nos ha tocado abandonar bibliotecas enteras
y en el caso de algunos más de una vez.
Yo, por ejemplo, he llegado a buscar muchos libros en vano.
Después de mirar en el estante al derecho y al revés incontables veces, he
caído en cuenta de que ya no los tengo conmigo, que se quedaron abandonados en
La Habana. Y pocas cosas producen tanto desasosiego como admitir que has
perdido un libro del que nunca te separarías.
Con los libros electrónicos no pasa eso. Si logras subirlos a una
nube, los habrás hecho tuyos por siempre. A partir de ese momento, en teoría,
irán contigo a todas partes y estarán ahí, en la punta de tus dedos, cada vez
que necesites hojearlos.
Pero eso no quiere decir que se acaban las angustias. Si antes las
preocupaciones eran las polillas, la humedad o el polvo, ahora son la carga de
la batería, la conexión a internet y los ladrones (a nadie se le ocurriría
arrebatarte un ejemplar de la “La montaña mágica” de las manos, en cambio un
iPad…).
Hasta ahora, todos los cambios de formatos que conocíamos solo
atañían a la música. Soy de una generación que vio morir al long play, al
casette y al CD; pero que siempre vimos al libro como algo intocable,
imperecedero. A ninguno de nosotros nos pasó por la cabeza que la revista
Rolling Stone se podría llegar a leer dentro un teléfono.
Pertenezco a un raro club. Soy un búfalo. Ya no toco los libros
cuando los leo.
3 comentarios:
Pero me quedé esperando algo, Camilo: no podrías mencionar los libros que han leído y discutido en el club? Creo que nos encantaría ver esa lista búfala.
Me alegro por lo que cuentas y entiendo la modernidad con todas sus comodidades, pero leer más de 20 páginas en digital me produce fatiga. Y mira que me considero de varios mundos, de otro mundo y del que viene...Pero no es sólo oler y sentir, el libro de papel es como ver cuando se peina una Reina, a la luz de un ventanal, parece que todo el mundo entra en ese espacio y que lo real y la ficción y que la vida de los otros nos pertenece en esas formas más primitivas. Eso pienso. Un abrazo guajiro.
Y la lista?
Publicar un comentario