En la recepción del hotel nos dejaron una extraña nota con
una dirección en Nuevo Vedado. Debíamos llegar en 20 minutos. Resultó ser la
casa de Odette Pantoja. Allí nos esperaban, además de la anfitriona, Carlos Varela,
Polito Ibañez, Kelvis Ochoa, David Torrens, Bladimir Zamora, Cuty, Deborah Fajardo y Omar
Mederos.
Aunque se trataba de una fiesta, las últimas canciones en La
Habana nos hicieron llorar más de una vez. Hubo un momento en que traté de
comportarme y contener las lágrimas. Pero al ver que Luis, Susana y Diana también
estaban enternecidos, perdí el pudor.
La noche empezó con una mandolina casi inaudible, pero fue
subiendo de volumen y de intensidad en la medida en que Polito sacaba
instrumentos y bocinas de viejos huacales. Ya casi al final, el maestro Frank Fernández
los acompañó en varios temas.
La Habana, aun en el silencio más estricto, es una ciudad que
te enardece y conmueve. Si se le suma la música más entrañable, puede avasallarte.
Eso fue lo que me sucedió aquella noche. Cuando Carlos Varela se arrimó al
micrófono y dijo “bienvenido a tu patria, Camilo Venegas”, me pareció que
hablaba de otro.
Por un momento perdí la noción del tiempo y el espacio. Lo
último que recuerdo es a un Polito fuera de foco, dándome un fuerte abrazo y
advirtiéndome que a él la tristeza lo pone denso. “¿Te acuerdas de allá?”, me
decía, mientras señalaba en dirección a nuestras infancias y a las cosas que
compartimos en los ochenta por los campos de Yaguaramas.
Parecía que acabábamos de llegar, pero en verdad nos
despedíamos. Camino del hotel, ya casi al amanecer, Luis Concepción apuró el
último trago de Ron Brugal para hablar en nombre de los cuatro.
—¡Coño, qué trabajo cuesta irse de La Habana!
1 comentario:
Espectacular como siempre, hermano!
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