Nadie sabe quién le pidió que volviera. Pocos entienden cómo lo dejaron entrar. Pero lo que menos explicación tiene es que la mayoría de los haitianos están felices de su regreso. El olvido pudo más que el dolor y la miseria. Por eso ahora Jean-Claude Duvalier, el atroz dictador, es parte de la esperanza de un país que ha extraviado todas las maneras de pronunciar esa palabra.
Cuando Baby Doc fue derrocado por un golpe militar en febrero de 1986, gran parte de los haitianos que el domingo por la noche celebraron su regreso ni siquiera habían nacido. Por eso la mayoría prefiere que le den las riendas de un país que corre desbocado hacia el caos total. Miles de fantasmas harapientos acudieron a saludar al elegante recién llegado.
Para ellos, Duvalier no hizo nada que no hicieran también Jean-Bertrand Aristide y René Préval. A Baby Doc le ayuda, además, el cloro de la nostalgia, que suele blanquear con efectividad las más oscuras superficies. Los fantasmas de los Tonton Macoute ya deben estar afilando los machetes. Una vez más el pasado le dio alcance al futuro en Haití.
El 1 de enero de 1804, el revolucionario Jean-Jacques Desssalines proclamó la independencia de su patria del yugo colonial francés. Una vez que tuvo la libertad en sus manos, Haití no supo qué hacer con ella y por más de dos siglos no ha podido levantar cabeza. Como no hay quien gobierne el rocío, se precisa de un domador. Puestos a elegir entre las tragedias, esa les parece la más llevadera.
1 comentario:
Muy bien. Te felicito, Camilo, por esa maravillosa opinión.
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