En el béisbol cubano de la segunda mitad del siglo XX se pegaron muchos jonrones inolvidables, pero hay dos que tienen la categoría de épicos. Ambos fueron conectados en el estadio Latinoamericano y sobre sendos tenedores de Rogelio García. El primero fue de Pedro José Rodríguez, en el último inning de la Selectiva de 1978. El segundo de Agustín Marquetti, en la última jugada de la Serie Nacional de 1986.
El Gigante de Ébano de Alquízar, el mítico 40 de Industriales, ha recibido por estos días varios homenajes. A 90 millas del Cerro y de las cercas donde construyó su leyenda batazo a batazo, Marquetti ha sido aplaudido por sus antiguos compañeros de equipo, por algunos de sus más enconados rivales en el juego y por cientos de fanáticos.
La prensa oficial cubana y, sobre todo, los blogs de acción rápida del régimen, no se pierden la más mínima oportunidad de reseñar hasta la más insignificante presentación en Estados Unidos de los artistas que residen en la isla. Sin embargo, han pasado por alto este espectacular hecho cultural.
“Estoy muy emocionado y me parece como si estuviera en Cuba. No podía imaginar que la gente aquí se acordara tanto de mí. Estoy viviendo ahora mismo uno de los momentos más grandes de mi vida”, dijo Marquetti, un hombre al que le sobran grandes momentos en su vida.
Miles de aficionados acudieron a un juego de softbol entre los equipos Industriales y Cuba. Al finalizar el partido, alguien marcó un número telefónico y del otro lado respondió Rogelio García. “Rogelio es un gran amigo y siempre le digo en broma que yo lo hice más grande a él desde que le conecté aquel famoso jonrón. Esto es algo que me gustaría que él también viviera”, dijo Marquetti.
Un aplauso para el 40 a 90 millas. Algo difícil de tragar para una dictadura que cuenta a los peloteros entre sus inmuebles, como una pertenencia que no puede ser de nadie más, ni siquiera del individuo que viste el uniforme.
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