No olvido el día en que por fin tuve mi primer cassette. Era un ORWO alemán. Quería grabar tantas cosas en él, que sus 60 minutos se agotaron en segundos. Las cosas primordiales de Silvio, algo de Serrat, un poco de Pablo y, cortadas a mitad de camino, las “Escaleras al cielo” de Led Zeppeling.
Le hice una cubierta y le quité las “orejas” para que nadie pudiera borrarme aquel tesoro. Luego tuve muchos y siempre procuré escribir en ellos todos los créditos que tenían los discos originales. Con la más cuidada letra de molde, me adaptaba al espacio de la portadilla para que cupiera hasta el más largo de los nombres.
Cuando surgieron los CDs, tardé en adaptarme a su aséptica apariencia. A diferencia del cassette, el disco compacto no facilitaba el manoseo y mucho menos la extraña complicidad que los viejos LPs proponían. Pero al final sucumbí a la pureza del sonido y a la facilidad del manejo. Poco a poco, la extensa colección de cassettes se fue convirtiendo en una carga inservible.
Hace unos días recuperé Hymns to the Silence, un álbum de Van Morrison que perdí al desahacerme de toda la música que ya no tenía cómo reproducir. Lo compré en iTunes. Ya ni siquiera se toca con los dedos. Ahora el "librito" es un extenso archivo en PDF. Cuando lo comenté, Manuel reaccionó extrañado. “¿Qué es un cassette?”, preguntó lleno de curiosidad.
“¿En verdad soy tan viejo?”, fue lo único que atiné a decir.
1 comentario:
La velocidad del desarrollo tecnológico nos hace envejecer a pasos agigantados. En menos de un año la tecnología de un celular se ha quedado atrás y si no cambias el tuyo, corres el riesgo de quedarte atrás con ella.
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