07 agosto 2017

No coman cuento

Hace 17 años que vivo en República Dominicana y durante todo este tiempo mi sentido de pertenencia por este país no ha hecho más que crecer. Se lo debo a los increíbles dominicanos que me han tendido la mano al pasar y a lo que he hallado en mis caminos (han sido muchos). 
El sábado tuvimos que bajar a buscar a Ellen Pérez (comadre de Diana Sarlabous y una de sus amigas más queridas). Cuando volvíamos a la Loma de Thoreau, nos tocó ir detrás de una llovizna pertinaz y de este "delivery". 
Recuerdo que le dije a Diana que por cosas como esa yo amaba a este país. Entonces ella sacó el iPhone de sus cartera y, después de lidiar con la distancia y el enfoque, hizo eso esta foto.
Ya lo saben, si suben hasta Jarabacoa... ¡no coman cuento, coman queso Marte!

Dile algo al olor de los cipreses

No te dejes atemorizar
por ese enorme pájaro
que justo ahora
nos pasa por encima,
mientras sobrevuela
la casa, el bosque
y la neblina
donde por fin serás libre.

No permitas que su grito
aterrador
se clave en tu espalda.
Solo avanza despacio,
hasta que por fin 
alcances
la mejor vista del pueblo.
Dile algo al olor
de los cipreses
y piensa en todo
lo que tuvo que pasar
para que las cosas
llegaran a este punto.

No te dejes amedrentar,
ignora el peso
de su gigantesca sombra.
Si te fijas bien,
ahora eres tú
la que está
a punto
de empezar a volar.

02 agosto 2017

Cuba se detiene otra vez para que los cubanos no avancen

La dictadura de Cuba ha llegado a un punto que detesta que los cubanos disfruten cualquier tipo de bienestar, menos aún si llegan a él por cuenta propia. Prefiere que la gente no salga del círculo vicioso de la subsistencia, que permanezca encerrada en esa angustia las 24 horas del día.
Una tarde, hace ya unos años, llevé a Abilio Estévez a Casa de Teatro. Avanzábamos por la calle Padre Billini, atardecía en el corazón colonial de Santo Domingo. A un lado y al otro, la gente compartía en los colmados (bodegas). Nadie andaba sin camisa, nadie manoteaba ni gritaba, todos parecía disfrutar de ese momento.
“Los cubanos no tienen acceso a ninguno de esos placeres", me dijo Abilio y empezó a señalar cosas con la punta del dedo, como si estuviera dejando una enumeración por escrito. Hoy, al leer que el régimen de Raúl Castro “ha cancelado de forma definitiva la entrega de licencias para varios negocios privados”, recordé aquella escena.
En la Resolución del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social (MTSS), se advierte que “no se concederán nuevas autorizaciones para un grupo de actividades hasta tanto concluya el perfeccionamiento del trabajo por cuenta propia”. Dicho en otras palabras, Cuba se detiene otra vez para que los cubanos no avancen.
Los que tenían pensando arrendar una vivienda, pueden olvidarse de ello. El que pretendía vender croquetas, debe abandonar su sueño. El que tiene arte para remendar autos destrozados y quería poner su propio tallercito, es mejor que vaya buscando otra cosa a la que dedicarse. La lista es larga, la de las prohibiciones quiero decir.
Una vez más el Estado cubano reafirma que, además de privar a sus ciudadanos de sus libertades individuales y sus derechos fundamentales, también está dispuesto a intervenir sus sueños y cualquier ansia de mejoría en el futuro.

28 junio 2017

Con Luisito

En esa foto aparecemos Luis Alberto García, Bladimir Zamora y yo. Fue justo en el momento en que nos reencontramos en La Habana, después de 10 años sin vernos. Las cosas tienen movimiento, decía Fito Páez en una canción inolvidable y nosotros aquí parecemos darle la razón. 
Digo todo esto porque hoy, después de que Luisito tomara en cuenta los últimos sucesos, algunos se le tiraron al cuello de su reputación. No faltó quien lo atacara de una manera tan burda, que no dejo otra opción que no fuera la de perderle el respeto. 
¿Cuándo aprenderemos los cubanos a tolerar y a permitir que alguien piense diferente a nosotros sin tener que ofenderlo? Sí, sé que nos adoctrinaron para que actuáramos así; pero no iremos a ninguna parte —como pueblo, quiero decir— si seguimos repitiendo la historia una y otra vez. 
Luisito, además de ser una persona que quiero mucho, es uno de los artistas más admirables que he conocido en mi vida. Su sensibilidad no le cabe en el cuerpo y su talento como actor me hace sentir orgullo de haber nacido en el mismo país que él. 
Denigrarlo por sus opiniones es, cuando menos, estúpido. Y esa es la única palabra que se me ocurre para calificar a quien con tanta saña y poca gracia le han descalificado.

23 junio 2017

La tatagua

Esta enorme tatagua vivió con nosotros tres días. Quien advirtió su presencia fue Dino. Empezó a ladrarle a una de las esquinas del comedor y no descansó hasta que yo levanté la vista y la vi. Parece que aprovechó la madrugada para marcharse.
Nunca le dije que el campamento de pioneros al que me llevaban en mi infancia tenía su nombre. Estaba en la costa, junto a una caleta. El aire allí siempre olía a verano, como Santo Domingo ahora.
Una vez mi padre me acompañó. Recuerdo que consiguió un bote y remamos hasta la desembocadura de un río. A lo lejos, en las bocinas del campamento, se oía una machacona canción sobre un niño vietnamita.
Donde quiera que esté, le doy las gracias por todos los recuerdos que me dejó ahí, en lo alto, en una esquina del comedor.

22 junio 2017

Matecumbe*

El aire gris y la sal transparente.
Los sonidos del Golfo 
y la luz 
que, 
a nuestras espaldas,
marcaba 
el camino de regreso.
¿Cuánto nos falta para llegar?,
preguntaste con los pies
contra el vidrio de la tarde.
¿Acaso nos fuimos alguna vez?,
te respondí,
mientras me cubría
de los rayos de un blues.

Cuando llegamos al final
de Matecumbe,
ya sobre el canal,
miraste el reloj,
me tomaste
de la mano
y dijiste que aún
estábamos a tiempo.
La luz, cada vez más lejana,
parecía darte la razón.
Ya en Isla Morada,
el aire gris y la sal transparente
habían desaparecido
por completo.
Nos quedamos a solas
con los sonidos del Golfo
y la escasa claridad de una guitarra
que estaba a punto de apagarse.

*Cada vez que hablo con alguien en estos textos, es con Diana Sarlabous. Ella siempre va a mi lado, en el asiento del pasajero, conduciéndome por la ruta. No recuerdo la fecha en que escribí este poema, debió ser al final de uno de nuestros viajes a Key West. Me canso tanto en ese trayecto —por la distancia y por lo que disfrutamos—, que siempre acabo haciendo algo para poder dormirme. Ese, con toda seguridad, es su origen.

21 junio 2017

Alfredo Zaldívar prueba que estoy vivo


Al fin puedo compartir una noticia que recibí, con euforia, hace semanas. Las Ediciones Matanzas tienen en imprenta Prueba de vida, una antología de los libros que he publicado fuera de Cuba y de poemas aún inéditos.
La selección y el prólogo están a cargo de Alfredo Zaldívar, quien también fue el editor de mi primer libro (Las canciones se olvidan, Ediciones Vigía, 1991) y es una de las personas que más he llegado a querer en mi vida.
La última vez que se publicaron poemas míos en Cuba fue en 2004, gracias a Cintio Vitier, quien incluyó una selección de mi libro Itinerario (2003) en su revista La isla infinita. Volver a mi país, primero de la mano de Cintio y luego junto a Zaldívar, es una felicidad demasiado grande. 
La portada, —con un fotograma de Buster Keaton— es obra de Johann Trujillo, quien también forrajeó los tipos de letra y diseñó el interior. Recuerdo claramente el día de 1990 en que Zaldívar me fue a buscar a la estación de Matanzas y me llevó a la Casa del Escritor para que leyera en voz alta.
Ahora esperó por mis poemas y los llevó a la imprenta. Ya perdí al Paradero de Camarones; pero entre el San Juan y el Yumurí aún tengo un apeadero y no dudé en bajarme.

La mayor distancia entre dos lugares*

El río creció con las lluvias de la noche
y no autorizaron la salida de los botes.
Lo vimos de lejos,
como si fuera una diapositiva
en el telón de fondo de El zoo de cristal.
Luego, caminando entre las ruinas
de la ciudad vacía,
buscamos el edificio de los Wingfield.
Traté de encontrar
la escalera de incendios
donde Tom se reserva algunos trucos
y se guarda algún as en la manga.
Nos cruzamos con una multitud
que iba camino del Busch Stadium.
Todos llevan camisas rojas
y perros disfrazados.
Jugaban los Cardenales
contra los Gigantes de San Francisco.
En un semáforo, un negro
con las manos llenas de rosas azules
nos ofreció tickets para el partido.
El frío había llegado antes
de que se encendieran las luces
y la tarde se mantuvo alerta
hasta que el umpire
dio la voz de “¡a jugar!”.
Respirábamos el mismo aire
que los personajes
de Tennessee Williams,
por fin sabíamos
a que olía su desesperación.
El juego aún no había terminado
cuando volvió la lluvia.
¿Recuerdas la escena
en que Tom asegura que el tiempo
es la mayor distancia
entre dos lugares?
Lo comprobamos aquella noche,
mientras corríamos de regreso
a la habitación donde nos esperaban
nuestras pertenencias,
es decir,
lo que nos diferenciaba de aquella gente
que  subía borracha
a bailar en el techo del hotel.
Al final vimos algo en la televisión
para dormirnos.
Nos servimos un último bourbon,
quitamos el volumen
 y abrimos las cortinas.
El mundo estaba iluminado
por los relámpagos
cuando St. Louis
se apagó como una vela.

*Hace poco, Diana Sarlabous y yo nos pasamos tres noches en Saint Louis. Estoy revisando todo lo que escribí en esos días y me parece demasiado, sobre todo porque nos pasamos casi todo el tiempo fuera del hotel. Me imagino que este poema se me ocurrió cuando caí en cuenta que tenía delante el escenario de El zoo de cristal, una de mis obras de teatro preferidas.