La
dictadura de Cuba ha llegado a un punto que detesta que los cubanos disfruten
cualquier tipo de bienestar, menos aún si llegan a él por cuenta propia.
Prefiere que la gente no salga del círculo vicioso de la subsistencia, que
permanezca encerrada en esa angustia las 24 horas del día.
Una
tarde, hace ya unos años, llevé a Abilio Estévez a Casa de Teatro. Avanzábamos
por la calle Padre Billini, atardecía en el corazón colonial de Santo Domingo.
A un lado y al otro, la gente compartía en los colmados (bodegas). Nadie andaba
sin camisa, nadie manoteaba ni gritaba, todos parecía disfrutar de ese momento.
“Los
cubanos no tienen acceso a ninguno de esos placeres", me dijo Abilio y
empezó a señalar cosas con la punta del dedo, como si estuviera dejando una
enumeración por escrito. Hoy, al leer que el régimen de Raúl Castro “ha
cancelado de forma definitiva la entrega de licencias para varios negocios
privados”, recordé aquella escena.
En
la Resolución del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social (MTSS), se advierte
que “no se concederán nuevas autorizaciones para un grupo de actividades hasta
tanto concluya el perfeccionamiento del trabajo por cuenta propia”. Dicho en
otras palabras, Cuba se detiene otra vez para que los cubanos no avancen.
Los
que tenían pensando arrendar una vivienda, pueden olvidarse de ello. El que pretendía
vender croquetas, debe abandonar su sueño. El que tiene arte para remendar
autos destrozados y quería poner su propio tallercito, es mejor que vaya
buscando otra cosa a la que dedicarse. La lista es larga, la de las
prohibiciones quiero decir.
Una vez más el Estado cubano reafirma que,
además de privar a sus ciudadanos de sus libertades individuales y sus derechos
fundamentales, también está dispuesto a intervenir sus sueños y cualquier ansia
de mejoría en el futuro.
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