El
aire gris y la sal transparente.
Los
sonidos del Golfo
y la luz
que,
a nuestras espaldas,
y la luz
que,
a nuestras espaldas,
marcaba
el camino de regreso.
el camino de regreso.
¿Cuánto
nos falta para llegar?,
preguntaste
con los pies
contra
el vidrio de la tarde.
¿Acaso
nos fuimos alguna vez?,
te
respondí,
mientras
me cubría
de
los rayos de un blues.
Cuando
llegamos al final
de
Matecumbe,
ya
sobre el canal,
miraste
el reloj,
me
tomaste
de
la mano
y
dijiste que aún
estábamos
a tiempo.
La luz, cada vez más lejana,
parecía darte la razón.
Ya
en Isla Morada,
el
aire gris y la sal transparente
habían
desaparecido
por
completo.
Nos
quedamos a solas
con
los sonidos del Golfo
y
la escasa claridad de una guitarra
que
estaba a punto de apagarse.
*Cada vez que hablo con alguien en estos textos, es con Diana Sarlabous. Ella siempre va a mi lado, en el asiento del pasajero, conduciéndome por la ruta. No recuerdo la fecha en que escribí este poema, debió ser al final de uno de nuestros viajes a Key West. Me canso tanto en ese trayecto —por la distancia y por lo que disfrutamos—, que siempre acabo haciendo algo para poder dormirme. Ese, con toda seguridad, es su origen.
*Cada vez que hablo con alguien en estos textos, es con Diana Sarlabous. Ella siempre va a mi lado, en el asiento del pasajero, conduciéndome por la ruta. No recuerdo la fecha en que escribí este poema, debió ser al final de uno de nuestros viajes a Key West. Me canso tanto en ese trayecto —por la distancia y por lo que disfrutamos—, que siempre acabo haciendo algo para poder dormirme. Ese, con toda seguridad, es su origen.
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