por la ventanilla empañada,
justo ahora que abril se pone borroso
al oír nuestras palabras,
me gustaría que pudieras descifrar
en ese sonido que se repite,
a través de todo lo que queda
de la tarde, el paisaje
del que tanto te he hablado.
Ni siquiera aquí estoy conforme.
Le pido perdón por eso
a Ralph Waldo y a Henry David.
Lamento no poder tenerlos en cuenta.
Pero estos cedros, pinos y abetos
ahora sólo me recuerdan atejes,
guásimas desoladas
y una sucesión
interminable de bienvestidos.
Guardo silencio para que el paisaje
no se detenga,
trato de no moverme
para que sólo se escuche el tren,
te miro
para olvidar que todo este asombro
se lo debo a una pérdida irreparable.
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