Alejandro Aguilar, Marianela Boán, Diana Sarlabous y yo en un bosque de El Escorial. Mayo de 2024. Foto: Thomas Gault. |
Estábamos en medio de una explanada donde en otra época situaron uno de los hoyos de un campo de golf. Rodeados por árboles exóticos y altas cúpulas de ladrillos. Quien nos hubiera visto con aquellos pelos largos y aquellas estrafalarias vestimentas, pensaría que pertenecíamos a otra geografía.
Pero un edificio prefabricado y horroroso que se imponía a nuestras espaldas nos delataba. Estábamos en la Cuba de 1985. No olvido la fecha porque Las Villas acababa de ganar la Serie Selectiva de Béisbol y ese año aparece encerrado en un círculo de felicidad en mi memoria.
La habían invitado a que hablara con nosotros sobre dirección teatral. Sólo fue capaz de decir cosas inteligentes y disruptivas. Mencionó nombres que en aquel país se decían en voz muy baja. Cada frase suya nos invitaba a enterrar la viejo y a tratar de ser siempre novedosos y provocadores.
—Para ser artista —subrayó—, hay que tener deseos de buscarse problemas.
Como estábamos tan acostumbrados a las consignas, aquella frase se convirtió en una de las mías. Aunque nunca más me dio una clase, a partir de aquella tarde se convirtió en una de mis maestras preferidas. Cada vez que entraba al teatro a ver sus obras, salía con nuevas e imprevisibles lecciones.
Años después, ella y Alejandro Aguilar, su otra mitad, se convirtieron en nuestros hermanos. Pero ni siquiera por la cercanía y el cariño nunca he logrado superar ese distanciamiento de respeto y admiración con la que uno mira a sus maestros. Anoche, mientras esperábamos su cumpleaños, se lo iba a decir.
Pero Matamoros, Cachao, Celia Cruz, José Antonio Méndez, Marta Valdés y Van Van no me dejaron. Por eso lo he tenido que poner por escrito. Felicidades 70, Marianela Boán.
No hay comentarios:
Publicar un comentario