11 junio 2023

Cada día me parezco más a Filemón Ustariz


La última vez que crie gallinas ponedoras fue en el Paradero de Camarones, a principios de los años 90. Mi tío Ignacio Yero me regaló cinco a las que les puse nombre de escritoras. Al principio me era fácil mantenerlas. A diario pasaban trenes cargados de alimento animal. Bastaba con barrer los pasillos de los vagones cuando se detenían.
En la medida en que nos adentrábamos en aquella calamitosa década (al menos para Cuba), los trenes se fueron reduciendo hasta desaparecer. Mis gallinas, a las que había mal acostumbrado a tener la comida segura, empezaron a enflaquecer. Una a una, Lérida las fue sacrificando. Margarite Yourcenar fue la última.
—Esta es la sopa más culta que he probado —le dijo mi amigo Evelio de Luis y Capote a mi madre, mientras le servía un segundo plato.
El año pasado, cuando visitamos a nuestros consuegros en Marlow, Inglaterra, descubrí que usaban gallinas para autoabastecerse de huevos y abonar su impecable patio. Gracias a que tenía ruedas, todas las mañanas cambiaban la jaula de lugar. Hace unos días tuve un importante éxito laboral.
—¡Te mereces el gallinero! —me dijo Diana después de felicitarme.
Feliz como un niño, bajé al pueblo a buscar las gallinas. Alito me ayudó a elegirlas. Luego pasamos por El Cosechero Ortiz a comprar el alimento. Es especial para ponedoras y entre sus ingredientes tiene flores de cempaxóchitl, para que las yemas de los huevos brillen. 
Celina, Radeunda y Coralia, como las cantoras de la música campesina cubana, ya trabajan en la limpieza y abonado del patio. Cada día duermen en un lugar diferente. En cuanto las muevo, registran minuciosamente la nueva porción de tierra en busca de lo que para ellas son auténticos tesoros.
Cada vez me parezco más a Filemón Ustariz, el personaje de Gastón Baquero. Tengo tres perros, tres gallinas, un sombrero, una guataca, un machete… Gracias a esos animales y a esos implementos, los míos me siguen acompañando, lucientes y sombríos.

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