15 enero 2023

Palabras en la boda de Ana Rosario y Tom


El día que supe que iba a tener un hijo me imaginé muchos momentos de la vida que empezaríamos a compartir en cuanto naciera. En lo primero que pensé fue en el béisbol. Me pasaba horas enteras viéndonos, en una pantalla imaginaria, dentro de mi cabeza, mientras le enseñaba a batear y fildear.
Luego, cuando vimos sus primeras imágenes, a través de un aparato donde ya se apreciaba la silueta de su rostro y la certeza de que era una niña, las imágenes que se proyectaban cambiaron completamente. Como soy campesino, empecé por imaginármela en el campo, mientras yo le enseñaba cada cosa que me fascina del monte.

Pero nunca, en ningún momento, ni por asomo, pasó por mi cabeza este momento. Entonces, y aún hoy, me imaginaba que sería mi niña para siempre, mi Nené, como le llamamos desde el primer día en que pudo oírnos. Admito que intenté que se pareciera a mí lo más posible.

Que tuviera mis mismos gustos musicales, que leyera cada uno de los libros que fueron claves para mí, que viera en cada película lo que yo veía. Por eso le daba para atrás una y otra vez a la escena en que Buzz Lightyear comprueba que es un juguete y se lanza, derrotado, desde lo alto de unas escaleras.

“¡Nunca, nunca hagas eso!”, le advertía siempre. Hoy, en la misma pantalla imaginaria, se han proyectado muchos momentos de la vida que hemos compartido, lo más lindos, los más emocionantes, los más feos y hasta los que preferimos olvidar.

La volví a ver con la cara empavesada de chocolate. Porque el primer día que lo probó le gustó tanto, que no sabía sin morderlo o untárselo. También nos vi en una bicicleta china, atravesando las calles de La Habana, mientras ella me exigía que hiciera “silecio” porque los saltos sobre los adoquines la ponían muy tensa.

Admito que no logré muchos de los objetivos que me propuse como padre. Fallé en muchas cosas, me equivoqué en otras, tomé la decisión equivocada en no pocas… Siempre le digo a María que ha sido la gran beneficiada de eso, porque con ella tuve la oportunidad de corregir todo lo que hice mal con Ana Rosario.

Nunca me cansaré de pedirle perdón por cada una de mis fallas, de la misma manera que me encanta abrazarla por sus constantes aciertos. Es que aprender a ser padre es aún más difícil que aprender a ser humano, porque la responsabilidad es doble. El único consuelo que me queda es que, al final, Nené ha resultado ser muchísimo mejor en todo que Papá.

Hace unas semanas, mientras Freddy y Miri la bautizaban, por fin entendí las razones por la que la hija de dos agnósticos (para decirlo según la última actualización de mi estado espiritual) quería comulgar con nuestro mundo antes de crear el suyo propio. Lloré de la felicidad, que es la manera más rotunda de ser feliz.

Freddy y Miri son sus padrinos desde hace poco, en verdad desde hace más de 20 años. Porque Freddy hizo posible su viaje desde Cuba hasta la libertad y Miri la inculcó la fe que sus padres no alcanzaban a ofrecerle. La propia Ana Rosario es la mejor manera que tengo de agradecerles todo.

A propósito de agradecimientos, nunca le he reconocido a Juan José lo importante que él ha sido en la vida de mi niña. Gracias a él y a Diana, ella ha tenido la enorme fortuna de tener dos padres y dos madres. 

Diana, mi Cucha, tu amor por mi hija es una de las mayores pruebas de amor que me has dado. Parafraseando a una canción tradicional cubana, son tantas que se agolpan unas a otras y me salvan.

En estos discursos, los padres de la novia suelen referirse al futuro esposo con consejos, recomendaciones, advertencias y hasta amenazas. Ya no estoy a tiempo de eso, porque hace mucho que quiero a Tom como un hijo. A veces, incluso, me he visto en la difícil situación de ponerme de su lado ante de Ana Rosario.

Ellos, en todo, son mejores que Ana Zilma, Juan José, Diana y Camilo. Sé que David y Debie también están de acuerdo en que estos chicos los superan. Por eso mi única exigencia a Tom es que me permita enseñar a mi nieto a batear y fildear antes de que le dé la primera patada a un balón.

Todas las personas que están aquí son muy importantes para Ana Rosario y Tom, eso quiere decir que también debo darles las gracias. Cada cosa que ustedes comparten con ellos, cada momento feliz que les regalan, me llena de deudas con ustedes. Como no sabré cómo pagarles, me he asegurado de que hoy haya barra libre.

Por último, quiero referirme a los Gault. No hace tanto me hice una prueba de ADN y me salieron primos lejanos en Irlanda y hasta en Irlanda. Pero ese examen no alcanzo a adivinar que, en Inglaterra, en una casa junto al río Támesis, mi corazón había tirado el ancla. Ustedes pueden hacer lo mismo en el Yaque del Norte.

El jueves 5 de enero de 2023 (apunté el día, sé velar por las fechas más importantes), Tom me dio un abrazo y me dijo, por primera vez, “te quiero”. Sé lo que significa para un inglés semejante confesión. Tom, yo también te quiero. Es más, no puedo querer nada mejor para mi hija.

Como quiero a tus hermanos, a la adorable tía Mandy, a mi consuegra Debie y a mi canchanchán David. En la pantalla imaginaria que hay dentro de mi cabeza, ya empiezan a proyectarse las imágenes de todo lo que compartiremos en el futuro. Les prometo que haré un gran esfuerzo para no necesitar subtítulos ni lenguaje de señas.

Ana Rosario y Tom, nada nos hace más feliz que la felicidad de ustedes. Mañana, cuando esta fiesta haya pasado, se reinicia la vida cotidiana. Esa es la más dura batalla, la que más desgasta, la que más pérdidas deja. La única manera de combatir en ese campo es el amor y eso, me consta, a ustedes les sobra.

José Martí, el cubano que mejor ha sabido decir las cosas, aseguraba que sólo el amor engendra la maravilla. Como a ustedes les sobra, repártanlo lo más que puedan siempre, no se cansen de hacerlo. Sé feliz, Nené, sé siempre lo más feliz que puedas.

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