Tarde en la noche, Ana Rosario y Tom sintieron hambre y volvieron a la cocina. Diana y yo ya nos habíamos dormido. Estaba cayendo un aguacero torrencial y cuando eso pasa en la Loma, nada nos gusta más que acostarnos para oír el sonido del agua chocando contra el techo de zinc.
Al encender la luz, Ana Rosario descubrió una enorme araña. Salió corriendo mientras gritaba "¡Papá! ¡Papá! ¡Papá!...", Tom intentó recordarle que él estaba ahí para protegerla, pero ella nunca lo oyó.
Hoy, en el almuerzo, pedimos una pizza estilo Detroit. Tenía mucho pepperoni y Ana Rosario los fue separando para disfrutarlos al final. Me gustaron tanto que, cuando acabé los míos (hago lo mismo que ella, dejo lo que más me gusta de último), le robé algunos a ella.
"Nunca se te ocurra hacerme eso —le advirtió Ana Rosario a Tom—, eso solo lo puede hacer mi papá". No existe una mejor venganza para el padre de una hija recién casada. Con una sonrisa que solo guardo para momentos muy especiales, me serví el último Brugal del domingo.
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