19 enero 2023

El día en que la fiebre amarilla pasó por el Paradero de Camarones


Para un niño que vivió solo con sus abuelos en una estación de ferrocarril rodeada de cañaverales por todas partes, cualquier hecho que rompiera la rutina establecida por los itinerarios se convertía en un suceso inolvidable. Eso ocurrió el día en que la fiebre amarilla pasó por el Paradero de Camarones.
Por un descarrilo que hubo en el patio de la estación de Santa Clara, el más importante nudo ferroviario de Las Villas, la formación del tren de Cienfuegos (que entonces constaba de una locomotora M62, de fabricación soviética, y tres coches Fiat italianos) quedó del lado de allá.
Y la formación del tren de Caibarién (con una locomotora DVM-9, de fabricación húngara, y dos coches comando) quedó del lado de acá. Eso hizo que aquel día el equipo de Cienfuegos durmiera en la Villa Blanca y el equipo de Caibarién en la Perla del Sur.
Antes de ver a los trenes oíamos sus pitazos. Por eso a todos nos sonó extraño aquel cornetazo tan agudo, acostumbrados como estábamos al retumbar del Melón (así le llamaban los ferroviarios cubanos a la estruendosa M62. Los polacos, supe después, las bautizaron como “¡El Tambor de la Taiga!”).
—¡Ah, es que trae una fiebre amarilla! —exclamó mi abuelo Aurelio.
Entonces me aprendí el sobrenombre de las DVM-9, que se debía al color tan llamativo con el que llegaron de Budapest. Dentro de los coches comando, que habían sido antiguas barracas para los soldados norteamericanos durante la Segunda Guerra Mundial, la gente no encontraba acomodo.
Los asientos eran demasiado altos y las ventanillas muy bajas. Como estaban acostumbrados al confort de los Fiat, los comando les parecían lo que eran: una barraca. “¡Qué tren tan incómodo han mandado esta gente!”, se quejó alguien. La frase se me quedó grabada hasta hoy, en que di con una foto del tren de Caibarién de aquella misma época. 
Así mismo pasó por el Paradero de Camarones una única tarde de finales de los 70. Fue un hecho intrascendente, pero un niño que vivió solo con sus abuelos en una estación de ferrocarril rodeada de cañaverales por todas partes, se convertió en un suceso inolvidable.

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