28 septiembre 2019

Anoche volví con mis abuelos

Estábamos en la punta del andén, mirando en dirección al noreste. Es decir, a la loma de la Rioja, esa pequeña elevación de apenas 138 metros que, en medio de una llanura tan extensa, luce como una montaña. Los cañaverales estaban recién cortados. Eso también nos permitía ver la torre humeante del central Mal Tiempo.
No logro recordar qué hablábamos. Quizás solo hacíamos lo mismo que hicimos allí tantas veces: mirar al campo con la misma ilusión que otros miran el mar. Desde ese punto, mi abuelo Aurelio solía hacer sus pronósticos meteorológicos. Establecía la posición del campo nuboso y hacía un empírico cálculo, tomando en cuenta la época del año y la dirección de los vientos.
Eso le permitía establecer si el aguacero nos caería encima o seguiría de largo, como los trenes de carga. Desde allí también despedíamos a Lucy, Popi, Harold y Yanelis (la familia que vivía en Manicaragua), cuando el tren de Cumanayagua, después de hacer andén por la principal y retroceder, se internaba en el ramal y tomaba rumbo al Escambray.
No recuerdo lo que hablamos. De pronto todo se puso negro. Volvimos a la casa lo más rápido que pudimos. Mi abuela Atlántida aprovechó el trayecto para impartir órdenes. Mi abuelo debía cerrar la puerta del patio y las ventanas de la cocina, el comedor y el último cuarto. A mí me tocaban la sala, la saleta y los dos primeros cuartos.
No lograba que las altas ventanas se cerraran y, cuando por fin lo conseguía, se abrían los postigos. “¿Qué pasa, Camilito? —Me gritó Atlántida— ¡Se van a empapar los muebles!”. El agua que me daba contra la cara, acabó siendo el aire frío de la Loma de Thoreau. Abrí los ojos y caí en cuenta de que estaba en medio de la Cordillera Central dominicana, a 1.064 kilómetros de distancia.
Cerré los ojos de inmediato. Hice un gran esfuerzo por volver a dormirme y recuperar el sueño, pero me fue imposible. Jack y Buck sintieron mis movimientos y empezaron a llamarme. Me levanté, abrí la lata de Bustelo y puse la cafetera. Acompañado por mis perros, me fui a mirar el campo con la misma ilusión que otros miran el mar. 
Anoche volví con mis abuelos. De cada cosa que vi, solo la loma de la Rioja pervive. Todo lo demás está en ruinas o muerto. Hasta allí solo se puede volver en sueños. Y eso fue lo que hice.  

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