Ahí tienes por fin la luz amarilla
que tanta falta te hacía.
Asediada
por mariposas nocturnas,
parpadeando al final
de las nerviosas sombras
que vuelan a su alrededor.
Al encender la lámpara
(que le pediste
al maestro constructor
en lo alto de la pared
de ladrillos),
has podido comprobar
que ya no necesitas
la tarde de tu país,
ni el olor a basura quemada
que siempre flota en él
cuando empieza la noche.
Tampoco requieres
esos sonidos tan familiares
que cruzan sigilosamente,
de patio en patio,
como si se tratara
de algún contrabando.
A partir de ahora
lo único realmente
innegociable para ti
es esta luz amarilla,
asediada
por mariposas nocturnas,
parpadeando al final
de las nerviosas sombras
que vuelan a su alrededor.
Eso basta para que vuelvas
a estar en casa,
para que recuperes
lo que tanta falta
te hacía
entre todo
lo que has perdido
para siempre.
1 comentario:
Me gustan las luces amarillas
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