El Paradero de Camarones fue un viejo pueblo desde su primer día de existencia. En el corazón de ese lugar antiguo estaban las casas de los Yero. No lo fundó un hombre sino el azar. Era el punto más cercano que había entre el ferrocarril de Cienfuegos a Santa Clara y San Fernando de Camarones.
Por eso hicieron allí un paradero y pronto hubo más de una docena de casas a su alrededor. Claudio Yero y María Alonso se apropiaron de la esquina más valiosa (luego, ahí mismo, su hijo Roberto construiría un bar). Otros tres hijos suyos, Aurelio (mi abuelo), Ía y Rao también viviría a lo largo de ese espacio.
Cuando era niño, todavía se podía pasar de una casa a la otra a través de sus patios. Entonces, Aneve y Chaco (hijos de Rao) también habían levantado sus casas. Ya ningún Yero vive allí, todos acabamos marchándonos, pero en la barra del bar Arelita aún deben quedar nuestras huellas.
Todos nos paramos igual. Siempre con las palmas de las manos apoyadas en lo que tengamos delante y el cuerpo ladeado. Si fuéramos barcos, podría decirse que los Yero estamos escorados a babor desde que venimos al mundo. Ayer, en la cocina de Aramís, me dí cuenta que mi tío y yo estábamos parados como lo hacían los Yero en la barra del Arelita.
Ahora el corazón de ese lugar antiguo que siempre fue el Paradero de Camarones, al menos para mí, está aquí. Por eso cuando vuelvo siento que estoy de regreso a todas las casas de los Yero.
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