Estábamos
sentados sobre la tarde
del
antiguo Coney Island,
a
un costado de la estación
que
acabó extraviando
el
tren de Marianao.
Te
dio por hablar del silencio
y
de la tristeza que da
en
un parque de diversiones.
Yo
me mantuve callado.
Hice
todo lo que pude
para
que llegara hasta ti
el
sonido de un tambor
que
alguien afinaba
en
algún lugar de la playa.
Entonces
empezó a llover
sobre
la cara C
de
aquel disco de Hendrix
que
tanto nos gustaba.
La
lluvia acabó sonando
igual
que la guitarra.
Volvimos
desnudos
al
país que nos esperaba
del
otro lado
de
la 5ta. Avenida.
Hablar
en nombre
del
tiempo
es
una responsabilidad
muy
grande,
pero
estoy seguro
de
que aquella misma tarde
se
fueron de Cuba los años 80.
*Una mañana cualquiera, a principios de la década del 90, volví en bicicleta a Cubanacán. Ya no recuerdo la razón, pero debió ser para ver a mi hermano Eduardo Lozano, quien entonces estudiaba en el Instituto Superior de Arte. Al pie de la escalera que subía a mi antiguo albergue, hice este poemita que permaneció abandonado hasta hoy.
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