Acaba
de cumplir 11 años y hace 6 años que somos parte de la misma familia. Ayer le
conté que yo tenía su misma edad cuando mi padre me hizo una maleta de madera y
—después de navegar por encima de las montañas del Escambray, en un barco que
seguía el antiguo cauce de un río— llegué al Nicho.
Le
conté que nos levantaban a las 6 de la mañana, que solo desayunábamos agua con
azúcar caliente y, a veces, un pedacito de pan. Luego nos formaban en una
plazoleta y salíamos en fila india para los cafetales, donde chapeábamos, sembrábamos,
escardábamos, aporcábamos y recogíamos café.
Al
mediodía, nos bañábamos en una ducha de agua helada, almorzábamos harina de
maíz con frijoles y volvíamos a formar en la plazoleta para salir en fila india
hacia las aulas. Siempre que le cuento algo a María ella me presta mucha atención
y, por lo regular, me hace preguntas.
—Suena
divertido —fue su única respuesta esta vez.
Aunque
yo había hecho la comparación con el ánimo de contrastar nuestras experiencias
de vida a la misma edad, ella solo escuchó la geografía dónde sucedían las
cosas. Me volvió a preguntar por el barco. Cuando le conté todo sobre el lago
Hanabanilla, se lamentó de que los alrededores de la Loma de Thoreau no fueran
navegables.
Al
final advertí que el culpable de que no funcionara la dramatización de mi
infancia era yo mismo. Desde pequeñita la estamos llevando al monte. Juntos
hemos sembrado, escardado, aporcado y cosechado. Logramos, incluso, que le
perdiera el miedo a la noche oscura en medio del campo.
—Feliz
cumpleaños, mi niña —le dije, mientras en algún lugar de mi cabeza sonaba la
música de la inolvidable canción de Fito.
1 comentario:
a esto que relatas tambien se le conoce como explotacion infantil, o trabajo infantil. ahhh nooooo pero los malos son los americanos.
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