El
silente arriero sigue ahí,
mientras
beso tus ojos
y
sirvo un café
en
el cuenco del amanecer.
En
todas estas lomas
nadie
como él
entiende
al dios matemático
que
creó el palo amarillo.
Solo
así se explican
sus
pasos certeros y rápidos
entre
las ramas,
la
neblina y el abismo.
No
sé cómo darle las gracias
por
esa música
que
tiene la cañada
cuando
él se mantiene
sigiloso,
expectante,
listo
para darle
alcance
a su presa
y
dejarnos atraparnos
entre
la mañana
y
la lluvia
que
seguirá cayendo
durante
todo el día.
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