Hace
exactamente 6 años, en septiembre de 2010, Antonio José Ponte escribió el
prólogo a su libro Villa Marista en plata
(Editorial Colibrí) y lo entregó a la imprenta. Aunque el autor me envió por
correo uno de los primeros ejemplares, nunca me llegó. Tampoco en un segundo
intento. Ni siquiera el tercero.
Al
final me di por vencido y lo compré en Amazon. Es de uso y –obviamente— no está
dedicado, pero por fin tengo en mis manos un libro imprescindible para entender
la represión estatal en la Cuba gobernada por los hermanos Fidel y Raúl Castro.
Trascribo
el primer párrafo de la contracubierta:
“La
propagación de teléfonos móviles, la creación de blogs independientes y la
utilización de redes sociales como Twitter han cambiado profundamente las
relaciones entre arte y política en Cuba. En los últimos años, las nuevas
tecnologías ha contribuido a revelar la violencia estatal, de la cual apenas se
tenían pruebas en imágenes y sonidos. Los órganos de represión se han
convertido en tema para algunos artistas, y la violencia política es discutida”.
A
través de poco más de 200 páginas, Ponte recoge emails, fotografías, audios,
posts y testimonios que permitieron romper el hermético silencio que, por más
de 50 años, posibilitó la falta de libertades en Cuba. El libro comienza con
una obra absurda que emula la realidad y acaba con una realidad que emula al absurdo.
En
Monte Rouge, un corto de Eduardo del
Llano, la Seguridad del Estado visita a un individuo para ponerle micrófonos en
su casa y, ya sin disimulo, poder escuchar todo lo que habla. Esa, de una manera o
de otra, ha sido la experiencia de todas las generaciones que han vivido dentro
de la isla desde 1959 hasta hoy.
Siempre
nos sentimos vigilados o tenemos la certeza de que nos escuchan. Aunque estoy
casi seguro de que los tres ejemplares que me envió Ponte permanecen en una
extraviada casilla del Instituto Postal Dominicano, no descarto la posibilidad
de que ellos lograran impedir la entrega. En dudas como esa se fundamentan los
miedos de toda una nación.
En
el futuro, con seguridad —o sin ella—, se escribirá mucho sobre la falta de
libertades durante la dictadura de Fidel y Raúl Castro. Cuando tantos y tantos secretos
comiencen a ser vergonzosas evidencias, Villa
Marista en plata seguirá siendo un precursor insustituible.
Como
cubano, como vigilado y como miedoso, le doy las gracias a Ponte por eso.
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