El
19 de agosto de 2006, abrí una cuenta en Blogger y publiqué el primer post en El Fogonero. Para celebrar los 10 años de esta bitácora,
le haré pequeñas entrevistas a creadores cubanos que han sido importantes para
mí por alguna razón. Quiero que sus palabras se conviertan en mi fiesta.
En abril de 1990 recibí un telegrama donde me
invitaban a participar en el Festival de las Ediciones Vigía. Unos días después
me subí a un tren lechero con destino a Matanzas. Desde entonces Alfredo
Zaldívar en uno de mis seres queridos.
Hace ya más de 16 años que no nos vemos. Pero
las experiencias que compartimos me han alcanzado para seguir cerca de él y de
sus enseñanzas. Aunque El
Fogonero es virtual y debe leerse a través de una pantalla, tiene mucho de lo
que aprendí en Vigía; de alguna manera sus posts también están impresos,
rasgados e iluminados a mano.
Hace unos días me puse a oír el disco en el
que Gema Corredera solo canta a Marta Valdés. Me vinieron tantos recuerdos a la
cabeza, que tuve que marcar el teléfono de Zaldívar. No reconoció mi voz; pero
cuando le dije quien era, los dos empezamos a llorar.
Como la voz de Gema fue quien tuvo que salvar
el largo silencio que hicimos después, es esta conversación quien nos pone al
día. No habíamos podido hablar tanto desde la última vez que nos encontramos.
Eres
una de las personas más perseverantes que he conocido. El hecho de que, en 1985,
fundaras una editorial con un mimeógrafo y una caja de esténciles vencidos, es
la prueba más convincente de lo que digo. Ya todos saben de Ediciones Vigía y
de su trascendencia en la literatura cubana, pero pocos conocen la
circunstancia en la que ese proyecto fue fundado. ¿Quiénes eran el Zaldívar, la
Matanzas y la Cuba donde eso fue posible?
Pasada la década de los 70, los artistas
cubanos —pintores, teatristas, escritores, músicos— protagonizaban en los 80
una relectura, inédita hasta entonces, de la historia de Cuba. Miraban hacia la
tradición, aunque sin negarla, de forma cuestionadora, y subvertían códigos
artísticos anquilosados.
En el mismísimo centro de esa combustión que
fueron los 80, surge Vigía en Matanzas.
No pudiendo editar ni siquiera en la imprenta local, empezamos a hacerlo con esos medios que mencionas. No queriendo hacer una caricatura del libro industrial, quisimos hacer uno más alejado de las máquinas, más humano, cercano al libro de arte, pero sin serlo estrictamente, pues reproducíamos manualmente hasta doscientas copias. Así teníamos la libertad de publicar lo que queríamos y como lo queríamos.
No pudiendo editar ni siquiera en la imprenta local, empezamos a hacerlo con esos medios que mencionas. No queriendo hacer una caricatura del libro industrial, quisimos hacer uno más alejado de las máquinas, más humano, cercano al libro de arte, pero sin serlo estrictamente, pues reproducíamos manualmente hasta doscientas copias. Así teníamos la libertad de publicar lo que queríamos y como lo queríamos.
Pero Matanzas, una ciudad de ríos que pasan
lentos y desembocan en una bahía apacible, una ciudad sin portales, que baja
los toldos a las cuatro de la tarde y que desde el siglo XIX le endilgaron el
epíteto de “ciudad dormida”, recibió a Vigía con piedras, palos y, cuando no,
con desdén. Tuvieron que llegar escritores y artistas de La Habana, y “de
afuera”, para que empezaran a aceptarnos, no sin reservas.
Quién era yo. A los veinte y tantos casi
todos somos osados e irreverentes. Yo, además, era ingenuo... aunque tozudo.
Los
años fundacionales de Ediciones Vigía están llenos de momentos inolvidables.
También lo hubo graves y hasta dolorosos. Tuve el privilegio de compartir
contigo algunos de ellos y aún me acompañan como hechos que me marcaron para
siempre. ¿Puedes elegir dos o tres que te marcaron a ti, los que te sirvieron de
recompensa por todos los esfuerzos y sacrificios?
Recuerdo cuando “sustrajiste” del área de
libros prohibidos de la Biblioteca Provincial de Cienfuegos un ejemplar de Memorial de un testigo, de Gastón
Baquero, y conseguiste ¡hacer una fotocopia! para mí. Cuando saqué algunos de
esos poemas en La Revista del Vigía,
fui acusado de publicar a un batistiano. No sé cómo conseguí que la poesía
triunfara sobre el absurdo.
Debió ser el entrenamiento con los esténciles
vencidos y el mimeógrafo checo. Luego publicamos la primera antología de
Gastón, en una cubanísima caja de tabacos. Y aunque tú andabas entonces por
México, estuviste muy cerca de esa edición.
Llevábamos dos años de tanteos cuando llegó
Fayad Jamís a Matanzas y “nos descubrió” —constantemente alguien “nos
descubría”—, y quiso publicar con nosotros. Él mismo tecleó los poemas con su
máquina y dibujó sobre los esténciles. Todo iba en un cartucho de bodega que también
él iluminó a mano. Entonces dejaron de mirarnos como bichos raros, aunque
todavía seguíamos siendo sospechosos.
Eliseo Diego se apareció a nuestro stand en
la Feria del Libro de La Habana el último día, a última hora. Estábamos a punto
de desmontar. Nos saludamos. “¿Viene a la clausura de la Feria?", le pregunté. "No,
vengo a verlos a ustedes”, respondió. Y me extendió un libro que traía en la mano. Fue así
que Vigía hizo la primera edición cubana de Conversación
con los difuntos.
También la edición príncipe de Créditos de Charlot, de Fina García
Marruz; la primera edición cubana de Poemas
de mayo y junio, de Cintio Vitier, que alcanzaron el Premio de la Crítica,
algo inédito, pues lo ganaban por primera vez libros artesanales y producidos
en provincia. Premio que también ganaría en 1995 tu edición, en la Colección
Paseo que dirigías desde El Vedado, de Un
seguidor de Montaigne mira La Habana, de Antonio José Ponte.
Soy
de los que piensa que el arte de la edición es casi tan importante como el de
la escritura. Tú, que has ejercido ambos oficios por tanto tiempo, ¿puedes
decirme qué es lo que más disfrutas de cada uno?
Hasta cuando he escrito desde el dolor íntimo,
ese que llega hasta tornarse físico, lo disfruto. Mi libro más divertido, La vida en ciernes, es un breviario de
los paraísos perdidos. Había regresado a una Cuba deprimida y deprimente, de
reciclajes que no se consumaban. Terminaba una relación de más de once años.
Había muerto mi hermana Tárcila, la más guerrera de todas, y mi madre, sin
poder reponerse, también se me había ido.
No me hallaba en Matanzas sin Vigía. Iba a
ser un libro plañidero. Y quizás lo salvó el pastiche, los pregones, el radio
del vecino, y sobre todo la música, que incluso, agrediendo, sigue salvando a
esta isla. Me apropié de eso. Creo que lo que más disfruto de la escritura es
cuando encuentro el acento, el tono del poema, del libro. Después todo es menos
difícil.
Dice un amigo que los escritores hacemos
manuscritos, que los libros lo hacen los editores. No soy tan soberbio como
para creérmelo al pie de la letra, pero mucho de verdad hay en ello. De la
edición lo disfruto todo. Hasta el anonimato. Pobre del editor que se queje del
anonimato. Soy un facilitador. Un intermediario entre el que escribe algo, que
quizás yo pueda mejorar, y el lector.
Disfruto hasta el temblor de entregar el
libro a la imprenta. Siempre me parece que algo falta, falla; que hay erratas y
errores. No creo en el concepto tradicional de “arte final”. Par mí el arte
final solo se consigue mucho tiempo después que el libro ha tenido su camino
entre los lectores.
A
finales del siglo pasado te fuiste a vivir a España y, un tiempo después,
decidiste regresar a Cuba o, para decirlo de una manera más honesta y precisa,
a Matanzas. ¿Por qué volviste, cómo fue ese retorno, qué le agradeces hoy a esa
decisión?
En Madrid tuve casa y amigos. Aún los tengo. Trabajé ocasionalmente para Pepo Paz, de Bartleby Editores; con Pio Serrano, para Verbum; con Víctor Batista, de Colibrí, y sobre todo con Carlos Sáez y la revista Signos, de la Universidad de Alcalá de Henares, donde además realicé ediciones y talleres de verano.
Conseguí hacer la Colección de La Aurora, de libros artesanales según “el método” de Vigía, y venderla por suscripción. Y llegué a reproducir una peña que hacíamos en Matanzas, Nosotros los vivos, en una librería del centro donde leíamos poemas, presentábamos ediciones artesanales y cantaban Rubén Aguiar, Pavel y Gema, Habana Abierta y otros muchos artistas, no solo cubanos.
Pero tenía un sueño recurrente que llegó a atormentarme. Caminaba hacia mi casa matancera y pasaban, como en una película surrealista, las flechitas negras y rojas de las aceras de granito de la Calle del Medio. Aunque el agua de Madrid siempre me reconfortó —porque no hay otra en el mundo tan parecida a la del Pom Pom, el mítico manantial que da agua a Matanzas—, mi sed era insaciable.
Yo creía entonces que solo había un lugar para mí en el mundo: La isla Vigía, en la isla Matanzas, en la Isla Cuba. Ya sabes: “desde más lejos se oye más bonito”. Yo había hecho allí mi gueto. Creo con Lezama que la cultura se hace en tribu. En fin, regresé a Cuba, a Matanzas, por una sola razón: Vigía.
Aunque las autoridades de Matanzas me negaron la solicitud de prórroga que había hecho, el Ministerio de Cultura me la otorgó. No obstante en Matanzas se negaron a que volviera a aquel proyecto. Me confinaron a Ediciones Matanzas.
El panorama allí era deprimente. Ninguna de mis sugerencias —juro que las hice con estudiada humildad— fueron escuchadas, más bien rechazadas de plano. No estuve allí ni un mes y me fui a vivir una experiencia inédita para mí. Trabajar en la imprenta de plomo, con cajas, regletas, corondeles, arabescos, linotipo y hermosos clichés con dibujos y viñetas realizadas por grandes artistas que en algún momento habían pasado por allí, y que deberían estar en un museo.
Hoy creo que todos se han perdido, tras desmantelar esa extraordinaria imprenta. Hice durante un año la edición de una cartelera cultural para la ciudad. La experiencia me apasionó. Pero un día me llamaron para editar la revista Matanzas y algún tiempo después para dirigir Ediciones Matanzas.
Creo que crecí como editor, como gestor. Ediciones Vigía fue una hermosa etapa. Escribo un libro sobre aquella aventura. Pero mi trabajo editorial allí fue solo un ensayo. Mi novela de aprendizaje. En Ediciones Matanzas he armado otra vez mi tribu, mi gueto, mi isla.
Esta ha sido siempre mi estrategia de supervivencia. Estuve mucho tiempo disimulando la caída. Haciendo alabares que amortiguaran el golpe. Pero ya he vuelvo a asentarme. No a sentarme.
Para
terminar, quiero repetir la primera pregunta, 31 años después. Ahora que has
convertido a Ediciones Matanzas en otra editorial trascendente, donde publican
los que producen algunas de las obras más valiosas de la literatura cubana,
¿quiénes son el Zaldívar, la Matanzas y la Cuba donde eso ha sido posible?
La Matanzas donde vivo hoy es otra de mis
utopías. Mi lugar en el mundo. De donde no pienso irme. La ciudad más
desaprovechada del mundo. Me acusan de ser monotemático. La ciudad se derrumba
pero yo no puedo seguir cantando. Por suerte a esa Matanzas la apuntalan Laura
Ruiz, Ulises Rodríguez Febles, Alina López y unos pocos escritores más. Pedro
Franco y su Teatro El Portazo (quizás el teatro más revolucionario y
revolucionante que se hace en Cuba hoy). Están Lien y Rey, renovadores,
cuestionadores, componiendo la banda sonora
no solo de Matanzas, de la Isla toda. Hay otros artistas. Y están —“modestia
apártate”, como diría la gran Adria Santana— los libros del gueto, de la tribu,
de la isla Ediciones Matanzas.
Cuba es un dolor enorme que llevo a cuesta.
No hay un solo órgano de mi cuerpo ni un punto de mi siquis que no cargue con
ese dolor. Dolor regado por todo el país, por el mundo. Vuelvo a Cuba dentro de
un mes y medio “con mi dolor a solas”. Pero no tengo, como Bécquer, miedo. Sé
que es dolor compartido. Son muchos dolores a solas. O sea, más doloroso aún. O
sea, que duele más.
Quién soy ahora. Un tipo que no quiere dejar de ser osado y que a esta edad suele ser a veces hasta irreverente. Sigo siendo el mismo tozudo, quizás más. Pero ya no me queda ingenuidad. Ya no puedo ni quiero ser ingenuo.
Quién soy ahora. Un tipo que no quiere dejar de ser osado y que a esta edad suele ser a veces hasta irreverente. Sigo siendo el mismo tozudo, quizás más. Pero ya no me queda ingenuidad. Ya no puedo ni quiero ser ingenuo.
4 comentarios:
Un digno habitante, de La Atenas de Cuba. Soy tambien matancero. pero escogi el exilio como refugio; que, sinceramente, tiene cara de perro. Lo que mas lastima, es ver los talentos de estas generaciones, desvanecerse en el tiempo' si, el tiempo perdido. Gracias por tus letras.
Zaldivar Hermano .cuanto se y vivi cada pequeño sueño vivido por ti.Aun recuerdo la Primera Rosa de Jericó que vieron mis Ojos....Gracias Laura. Gracias a Todos los puentes que me permitieron escapar de aquel asalto a la ingenuidad .Siempre estas en mi memoria.Gracias por permitirme ser en aquel tiempo lo que soy ahora.
!Qué ilusión me hubiera hecho ver publicado un pequeño cuento mío en Vigía!...no pudo ser...pero cuanta avidez cada vez que asistía a la Feria del Libro de Matanzas y entraba en el gran salón oscuro, con la estatua remendada en el centro, a acaparar cuantos de sus tesoros manufacturados pudiera, aún en medio de la emigración conservo algunos y los acaricio con placer ...de lectura y estético.
Un gran saludo y gracias por los recuerdos que me ha regalado este post...Matanzas me regalo muchos amigos y buenos momentos.
Ana María Valenzuela
Zaldívar es una de las personas que más se ha involucrado en el desarrollo del arte, el libro y la literatura en Matanzas; los resultados de su labor de gestor y promotor (Mecenas) junto a los de su obra poética, no son cuestionables. Mantenerse durante tantos años, con su energía, su creatividad y su interés por adelantarnos hacia la reconquista de una ciudad letrada – en el escenario en que lo ha hecho- hablan de su estatura. Claro que otros pretenderán empañar, cuestionar, hasta mal nombrarlo bajo algún título efectista; pero eso sucede con los que hacen. Asumo el riesgo de parecer un apasionado, un coterráneo subjetivo; pero no es posible hablar de los últimos treinta años del libro y la literatura en Matanzas, sin ubicar a Zaldívar en el lugar que merece. Suerte que estaba – que estaba Laura, Estevez, Israel, Yohan…- que suerte
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