Mi prima Lucy Serralvo, que es mucho mayor que yo y también fue criada por mis abuelos Aurelio y Atlántida, tuvo un piano. Se lo compraron cuando tenía cuatro años. Tocaba bastante bien las piezas más sencillas de Chopin, marchas militares y danzones.
Cuando se casó con Popy Martín y se fue a vivir a Manicaragua, dejo al piano atrás. Durante toda mi infancia, aquel instrumento fue un mueble mudo encima del cual estaba el radio de la casa, un viejo Westinghouse que sí sonaba.
Un día a mi abuelo se le ocurrió que mi prima Lucy debía volver a tocar el piano y se lo mandó en el tren de Cumanayagua. Pero ella estaba muy ocupada con sus dos hijos y el trabajo en la oficina. Nunca pasó a recogerlo.
Meses después, Armando Hernández, el jefe de estación de Cumanayagua, llamó a mi abuelo y le preguntó qué hacía con el piano. "Mándamelo para atrás", respondió Aurelio. Lo esperó en el andén con un hacha. Lo descuartizó delante de todos los pasajeros, que miraban horrorizados por las ventanillas.
Con los pedazos más grandes hizo un gallinero.
Cuando se casó con Popy Martín y se fue a vivir a Manicaragua, dejo al piano atrás. Durante toda mi infancia, aquel instrumento fue un mueble mudo encima del cual estaba el radio de la casa, un viejo Westinghouse que sí sonaba.
Un día a mi abuelo se le ocurrió que mi prima Lucy debía volver a tocar el piano y se lo mandó en el tren de Cumanayagua. Pero ella estaba muy ocupada con sus dos hijos y el trabajo en la oficina. Nunca pasó a recogerlo.
Meses después, Armando Hernández, el jefe de estación de Cumanayagua, llamó a mi abuelo y le preguntó qué hacía con el piano. "Mándamelo para atrás", respondió Aurelio. Lo esperó en el andén con un hacha. Lo descuartizó delante de todos los pasajeros, que miraban horrorizados por las ventanillas.
Con los pedazos más grandes hizo un gallinero.
Animación de Margarita García Alonso. |
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