(Escrito para la columna Como si fuera sábado de la revista Estilos)
No sé recordarlo de otra manera,
tampoco quiero. Ni siquiera la muerte me hará pensar en él si no es desde la
alegría. Aunque hoy es sábado, este número de Estilos es para mañana, domingo
14 de febrero de 2016. Eso me había comprometido con la editora a dedicarle mi
columna al amor y a la amistad. No
faltaré a mi promesa.
En abril de 2004, Juan Miguel
Pérez y yo tuvimos la enorme suerte de incorporamos al equipo del Centro León; un
colectivo increíble, tanto por su talento como por su calidad humana. El solo
hecho de compartir la hora del almuerzo, ¡todos los días!, con Marcio Veloz
Maggiolo, Ángel Caba, Cárlos Andújar, Lucero Arboleda, Manuel Roa y Pedro José
-Pilito- Vega, era una fiesta innombrable.
Pocas semanas después de
nuestra llegada, el sábado 17 de abril de 2004, Rafael Emilio Yunén, José
-Chiqui- Sánchez, Pilito, Juan Miguel y yo hicimos un viaje a Montecristi.
Nuestra intención era, además de disfrutar de los secretos naturales y
culinarios del lugar, celebrar el cumpleaños de Pilito.
Ese día llovió sin parar, algo
muy raro en una ciudad sitiada por un bosque seco. Supongo que fueron la lluvia
y el Brugal Extra Viejo quienes me conminaron a escribir un poema donde hablaba
de un hombre que se quedaba sin edad. Cuando se lo enseñé a Pilito, cerró los
ojos y soltó una de sus silentes carcajadas: "Es la primera vez que me
dedican un poema —me dijo—, pero no parece tuyo sino de Malcolm Lowry".
En ese momento hacía apenas dos
meses que lo conocía y ya era alguien muy querido, entrañable. Eso da
una idea de todo lo que hizo por Juan Miguel y por mí en aquellos días.
Creíamos vivir la dinámica cotidiana de una institución cultural, pero en
verdad estábamos participando de algo que sería esencial para todos.
Incontables horas de trabajo,
momentos muy tensos, sucesos increíbles, bromas colosales, sorpresas muy
emotivas, accidentes, barbaridades… Nos pasó de todo y cada cosa nos hizo aún
más cercanos. Entonces todavía existía Palermo, el último reducto del jazz
cibaeño, y allí acababan todas nuestras noches.
Por muy tarde que saliéramos de
aquel pequeñísimo y siempre nublado lugar, amanecíamos puntuales en el Centro
León. No era una cuestión de disciplina, sino una necesidad de seguir
produciendo experiencias juntos. Esos momentos no suelen durar mucho y acaban
siendo irrepetibles, pero te marcan para toda la vida.
Cuando Juan Miguel me llamó para
decirme que Pilito estaba muy enfermo y que ya no volvería, hice una lista en
mi subconsciente de todas las cosas que le debía y de lo que me hubiera gustado
volver a compartir con él. Mi silencio en ese momento debió ser muy largo,
porque estuve mucho tiempo a solas con tantos y tantos recuerdos.
Pedro José Vega fue el más
importante museógrafo dominicano y laborar junto a él en varias exposiciones
del Centro León, fue un aprendizaje del que siempre estaré agradecido. Pero su
mayor enseñanza la recibí durante una campaña electoral. República Dominicana estaba
sumida en una grave crisis y muchos intelectuales firmaron un documento a favor
de un candidato.
El comunicado saldría al día
siguiente en todos los periódicos del país. Cuando Pilito supo que alguien
había incluido su nombre, llamó indignado al organizador de la iniciativa.
Tuvieron que parar la edición de todos los diarios para borrar su nombre. “Eso
me va a costar caro —me dijo—, pero lo prefiero a traicionarme a mí mismo”.
Siendo consecuente con mi promesa
de celebrar el Día de la Amistad y el Amor, dejo aquí un abrazo y un beso para
Pilito. La alegría de haberlo conocido es una luz que nunca se apagará dentro
de mí.
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