En
uno de sus peores versos, Silvio Rodríguez dice que en Nicaragua “las fronteras
se besan y se ponen ardientes”. 35 años después de que fuera compuesta aquella
“Canción urgente…”, el país de Rubén Darío y Ernesto Cardenal, al menos para
los cubanos, es un muro infranqueable.
Cada
vez son más los cubanos que, después de perder la paciencia y lanzarse al mar,
recalan en las fronteras de América Central. Su camino es el más largos de
todos los que lo comparten con ellos, porque empieza mucho antes del punto de
partida de La Bestia (ese tortuoso tren de carga que atraviesa México rumbo al
Norte).
La
actual situación de cientos de refugiados cubanos en la frontera entre Costa
Rica y Nicaragua es indignante. Pero mucho más indignante todavía es la manera
en que el régimen de La Habana se desentiende de ellos, culpado a Estado Unidos
de la grave situación humanitaria.
La
dictadura de Cuba es incapaz de mover un dedo para producirle bienestar a su
gente y cada vez parece preocuparle menos la crítica situación del país. El dictador Raúl Castro es un anciano
octogenario; no tiene nada que perder, ni siquiera el tiempo. Eso explica por
qué él y su régimen viven de espaldas a los relojes.
Mientras
tanto, a los cubanos que quieren vivir con alguna esperanza y tener la
posibilidad de garantizarles un futuro mejor a sus hijos, no les queda otra
opción que lanzarse al mar. Así es que se han ido amontonando en la frontera de
Nicaragua.
En
su canción, Silvio Rodríguez auguraba, ridículamente, que los espectros de
Bolívar, Sandino y el Che andarían por el mismo camino en Nicaragua. Pero eso
no fue posible, porque el país acabó convirtiéndose en el feudo corrupto de
Daniel Ortega.
También
se equivocó Silvio en que fuera el “águila” quien tuviera en Nicaragua su
dolencia mayor. Acabamos siendo los propios cubanos; aun cuando sangramos con
ellos, a pesar de que una vez nos dijimos amigos.
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