05 noviembre 2015

Un coro de garzas que fue testigo de todo lo que hicimos

Nos rompió el día de Santo Domingo a La Vega, igual que a José Martí aquel 16 de febrero de 1895. Solo que él iba en dirección contraria a nosotros, rumbo a la Capital, y a lomo de caballo. Llevábamos con nosotros las posturas que nos regaló el Ingeniero Taveras y un arrayán que compramos en Bonao.
El Ingeniero (que fue quien nos vendió el terreno en Jarabacoa Montain Village) consiguió las semillas en el patio de una familia cubana que vive en Santiago desde mediados del siglo pasado. Dos toronjas (de las grandes, de esas con las que se hace dulce en tajadas), dos anones (la fruta preferida de mi abuelo Aurelio) y dos canisteles.
Cuando llegamos, Don Mon nos esperaba pico al hombro. Afortunadamente ya empezó a llover. Las palmas, las araucarias, las gravileas y los cipreses han crecido muchísimo. Fuimos a Foresta para conseguir más posturas de pinos Caribaea y Occidentalis. Repusimos todos los que nos soportaron el largo verano.
Un enorme aguacero nos sorprendió en plena faena. Diana se guareció en el Jeep, pero Don Mon y yo nos quedamos sembrando. Al final, podamos una pomarrosa que le estaba dando demasiada sombra a los sauces. Salimos justo antes de que empezara a caer la noche.
Cuando entramos a Santo Domingo, Diana le bajó el volumen a la última canción del viaje y me tomó de la mano. “¡Qué día más lindo!”, dijo sin apartar la vista del camino (ese trecho de la autopista Duarte siempre tiene mucho tráfico y eso la pone tensa).
Hicimos una sola foto: un coro de garzas que fue testigo de todo lo que hicimos. Cuando los árboles crezcan, ellas nos seguirán recordando el día que los sembramos sobre un sábado inolvidable.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sencillamente me gusta esa foto.