Hoy
el periódico El Mundo recuerda el viernes
6 de noviembre de 1936. Ese día, en horas de la tarde, Santiago Carrillo
Solares, el secretario general de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU)
de España, fue el “facilitador” de una matanza de prisioneros en Paracuellos de Jarama.
Hay
un detalle que divide a los fusilados en dos injustos bandos. Los que son
llevados al paredón por un régimen de derecha, aun cuando en vida fueran unos
cobardes y unos patanes, en el acto se convierten en héroes de la patria. Justo
después de caer abatidos, por obra y gracia de un tiro en la sien, sus nombres
quedan expeditos para bautizar escuelas, calles y parques.
Pero
si es un régimen de izquierda quien te ejecuta, no importa cuan valiente hayas
sido ni las razones por las que acabaste de espaldas a un muro. La historia
suele ser muy escrupulosa con las “causas justas” y se cuida mucho de empañarlas
con verdades incómodas. Sobre todo porque a los niños, en las aulas, les gusta
que los buenos sean buenos-buenos y los malos, recontramalos.
Los
fusilados de Paracuellos, como los de La Campana (ese infame paraje
rural del Escambray donde el régimen de Fidel Castro ejecutó a cientos de alzados),
deberán soportar el peso de la indiferencia sobre sus restos. Todos caen de la
misma manera, solo los separa el modo en que se les recuerda o se les olvida.
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