En 1997, un
día como hoy, alrededor de las 10 de la mañana, subí hasta casa de
Cintio Vitier y Fina García Marruz. Vivíamos muy cerca, en El Vedado, y ambos
le encargábamos croquetas a Oraida, una vecina que lograba hacer magia con los
chicharros, el único tipo de pescado que aparecía en la Cuba de entonces.
—Cintio
y Fina también me encargaron una docena —me dijo Oraida con las manos llenas de
pan rallado— ¿se las puedes llevar?
Fue
Cintio quien me abrió la puerta. Siempre que llegaba a su casa me recibía con
un chiste o una frase burlona. Ese día fue la excepción. Había tanta tristeza
en el interior de aquella casa que se podía respirar. Desde la cocina, Fina
preguntó quién era.
Como
Cintio no respondió, ella salió para averiguar. Como casi siempre, venía
secándose las manos en el delantal. Solo que esta vez no traía su sonrisa llena
de dientes, en su lugar había una expresión de mucho dolor y los ojos muy
rojos, como evidencia del llanto.
—Caramba,
Camilo —me dijo Fina— ¿Ya supiste, no?
—No,
no sé —respondí confundido—. ¿Qué pasó?
—Murió
Gastón —dijo Cintio, mientras quitaba el estuche de su violín de una butaca
para que Fina se sentara.
Siempre
que iba a esa casa conversábamos sin parar. Los temas iban pasando, uno detrás
de otro, como un largo tren de carga. Esa vez, en cambio, permanecimos un largo
rato sin decir nada. Cintio y yo de pie, junto a la réplica del machete de
Máximo Gómez; Fina, sentada, hundió la cara en sus manos y no la volvió a
sacar.
Ese
es mi recuerdo del día en que murió Gastón Baquero. Cuando volví a mi casa,
todavía llevaba en las manos la docena de croquetas.
(Santo Domingo, 15 de mayo de 2014)
4 comentarios:
BRAVOOOOO MAESTRO!!!
Esta crónica, man, es una jodida joya.
Sí señor, vaya joya de crónica, lo tiene todo, hasta la brevedad.
cojones Camilo..... que grande eres escribiendo
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