(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos)
La
vida simple se ha puesto de moda. Las más importantes editoriales cada vez
publican más libros sobre el tema. Después que el mercado colapsó por el
desenfreno neoliberal, muchos por fin entendieron. No es una casualidad que el
nuevo icono del automovilismo sea el Fiat 500, un austero clásico de la post
guerra europea.
Incluso
las capitales del derroche, ciudades como Nueva York, Dubái o Las Vegas, se han
llamado a capítulo y le han dado un pequeño giro a su razón de ser. Como si no
quisieran desentonar en un mundo que ha entendido la gravedad del asunto y
comienza a pasar de las palabras a los hechos.
Por
eso llama tanto la atención que en República Dominicana, un país pobre, que
apenas exporta y que importa la mayoría de los bienes que consume, una pequeña
élite de políticos y empresarios derrochen tanto y exhiban sin el más mínimo
pudor la trivialidad de sus lujos.
En
su libro “El precio de la desigualdad”, el Premio Nobel de Economía Joseph E.
Stiglitz asegura que el 1% de la población mundial tiene lo que el 99%
necesita. En Santo Domingo esa cifra puede llegar a ser aún más dramática,
porque Naco y Piantini significan menos del 0.9% de la gran ciudad.
Hace
una semana concluyó la Feria Internacional del Libro. Además de representar
cabalmente el poco aprecio por la lectura de los que se hicieron construir los
mayores stands (ninguno de ellos escribe y lo poco que han publicado se lo han
encargado a terceros), sirvió para que por fin diéramos con un monumento al insensible
derroche nacional.
Gracias
a un activismo ciudadano sin precedentes en la historia dominicana, el
Ministerio de Educación maneja actualmente un presupuesto similar a lo que
establece la Ley: un 4% del PIB del país. Tanto es el dinero del que dispone
esa cartera en estos momentos, que decidió tirar al aire 18 millones de pesos.
La efímera
y pavorosa maqueta de cartón, que reproducía con el peor gusto la fachada del
Ministerio, es un altar a la mala educación. ¿Cuántas cosas útiles se pudieron
haber hecho con esos 18 millones de pesos? ¿Cuántos cursos de superación a maestros,
cuántas computadoras, cuántos cuadernos…?
Este
ha sido el año en que menos libros nos compramos en la Feria. A la ausencia o
la desaparición de las principales librerías del país, se sumó la pobre oferta
de la mayoría de las editoriales que aún acuden a la cita. Sin embargo, “La
vida simple” de Sylvain Tesson (París, 1972) fue una gran recompensa.
El
geólogo y viajero francés se toma 228 páginas en enseñarnos una verdad muy
sencilla: La libertad consiste en adueñarse del tiempo, algo que se pierde en
la medida en que se es más ambicioso y poderoso. Hasta el lago Baikal, en la
Siberia, se fue Tesson con un cargamento de conservas y libros. De allá volvió
con aportes muy concretos y lúcidos para los tiempos que corren.
Cuando
se le lee a gente como Tesson, Stiglitz o el agricultor y pensador Pierre
Rabhi, quien no se cansa de andar hacia la “sobriedad feliz”, se toma
conciencia de que urge un cambio radical de las referencias. Una prueba de
ello, otra vez, es la Feria del Libro: los stands más grandes y suntuosos
estaban dedicados a algunos de los dominicanos que menos escriben.
La
austeridad, ni porque está de moda, ha logrado sensibilizar a nuestros
políticos y empresarios. Pero no estamos obligados a imitar su mal ejemplo, no
hay que sucumbir a su ignorancia. Basta con aprender a ser felices construyendo
experiencias que no cuestan un centavo.
Se trata de ser ricos justo en eso en lo que ellos son tan pobres.
Se trata de ser ricos justo en eso en lo que ellos son tan pobres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario