De
niño tuve muchos libros. Cuando mi madre salía de su trabajo, en la estación de
ferrocarril de Cienfuegos Carga, pasaba por la librería Dionisio San Román. A menudo
me compraba algo para no llegar a casa con las manos vacías.
Recuerdo
que uno de aquellos libros relataba cosas asombrosas en la vida de los
animales. Gracias a él supe de los salmones. En una de las ilustraciones se les
veía saltar con temeridad sobre las rocas, río arriba, en busca del último amor
de sus vidas.
Aquel
libro marcó mi infancia. Ya en el exilio, uno de los primeros discos que me
compré fue El salmón, de Andrés
Calamaro. Desde entonces llevo conmigo estos dos versos: “Siempre seguí la
misma dirección/ la difícil, la que usa el salmón”.
Soy
un campesino del Paradero de Camarones, un lugar donde los peces más grandes son
las biajacas, que llegan con los aguaceros de mayo y se esfumaban en cuanto empieza
la seca. Por eso veo al salmón como una figura mitológica y leo todo lo que
encuentro sobre él.
Hoy,
caminando por Facebook, me encontré con este post de Ileana Medina Hernández,
una pinareña que vive en Santa Cruz de Tenerife. No tiene título, por eso le presté
el de la antología que resume el célebre disco de Calamaro:
“La industria del salmón:
Los salmones nacen en una bolsa de plástico.
Se crían en tanques. Luego van por una tubería hasta el mar abierto, donde se
juntan con los salmones salvajes.
Allí viven su adultez. Luego se pescan y se
venden todos como salmones salvajes.
Nada los diferencia. El mismo aspecto, la
misma conducta, hasta las mismas "propiedades organolépticas".
Hacen la misma vida los salmones criados que
los salmones salvajes. Nadie puede distinguirlos.
Solo hay una sutil diferencia: a la hora de
reproducirse, los salmones criados no saben, no pueden, no quieren”.
Ileana Hernández Medina
1 comentario:
Jajaja!!!!
Vaya, es un honor que me cites con mi #filosofiadefeisbu :-)
El salmón es una gran metáfora: si quieres trascender, tienes que ir río arriba!
Un abrazo, Camilo.
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