09 abril 2013

Un cicatriz en el asfalto


Lo único que queda es una cicatriz en el asfalto. Solo los más viejos saben a qué se debe. Para los que nacieron después, les es difícil suponer que ese rastro, que atraviesa a la calle principal de El Cristo, es el antiguo trazado del Ferrocarril Central. Lo que ahora es una esquina cualquiera, igual de destruida que las demás, hace más de 30 años era peligroso cruce a nivel.
Cuando conocí a Diana y le dije que había pasado toda mi infancia en una estación de trenes, me hizo una historia que siempre la pone melancólica y a veces la hace llorar. Una tarde, mientras caminaba por su padre por la Zona Colonial de Santo Domingo, se quedó paralizada. “¡Aquí huele a Cuba! —dijo tratando de descubrir de dónde salía aquella rara esencia.
Estaban justo al lado de un poste del tendido eléctrico, de esos que embadurnan con alquitrán. El único olor que recordaba de los cinco años que vivió en su patria era el de los travesaños del ferrocarril. Todos los días, cuando salía del colegio, pasaba del brazo de su madre por el crucero de la calle principal de El Cristo.
No recuerda ningún tren que no sea el del viaje final a La Habana. Es muy probable que viera pasar muchos, pero todos se le fueron de su cabeza. Como se le extraviaron también muchas otras cosas que ahora solo intuye cuando sus padres hablan de aquella época.
Más de una vez la he visto en Google Earth, buscando el lugar exacto. Lo único que queda es una cicatriz en el asfalto. Pero ese rastro, que solo los más viejos saben a qué se debe, le enseñó el camino de regreso, la hizo volver al lugar del que se la llevaron cuando solo tenía cinco años  y su nostalgia aún estaba sin estrenar.

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