(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos)
La
Constitución de República Dominicana no los prohíbe en ningún capítulo, pero
muchos agentes del orden son muy estrictos en eso. Pocas violaciones de la Ley,
incluso algunas de las más graves, provocan una respuesta tan rápida y severa
como los besos en público.
Se
desconocen los orígenes de esa persecución despiadada a los enamorados, esos
que se desinhiben y se dan una muestra de cariño en público. Pero con toda
seguridad es obra de alguno de los tantos caudillos o de la dictadura de Rafael
Leonidas Trujillo, donde tantos y tantos males se convirtieron en cultura
oficial.
Lo
curioso es que ninguno de los gobiernos democráticos se ocupara de desmontar
semejante irracionalidad. Por décadas y décadas nadie se ha tomado el tiempo de
explicarle a la policía que un beso no es un delito sino una prueba de amor.
Hace
dos años, una pareja de enamorados haitianos —aún anónimos, ojalá que todavía
felices— vendían celulares en plena calle. Estaban tan enamorados que no
resistieron la tentación de darse un beso. La represión policial de la que
fueron víctimas escandalizó a muchos. Algunos de ellos decidieron convertir su
indignación en amor, así fue que convocaron a la primera edición del Besatón.
Según
sus organizadores, se trata de “un intercambio lúdico-político de movilización,
que invita al beso para exaltar el valor del ejercicio libre de la sexualidad y
el derecho a una vida libre de violencia; entendiendo como violencia las
actitudes homofóbicas, machistas, racistas y sexistas, entre otras”.
Justo
después de esa afirmación, se hacen una pregunta: “¿Qué hace de un beso público
una especie de transgresión en nuestra sociedad?”. Antes de que algún experto
en conservadurismo tratara de respondérsela, ellos prefirieron tomar el Parque
Independencia y, para rendirle homenaje a su nombre, declararse en apasionada rebeldía.
Decenas
de dominicanos, de todos los colores, sexos y edades acudieron al llamado. Al
compás de las consignas más amorosas que se puedan oír, se empezaron a dar
besos con ardor o cariño, besos de amistad o besos de solidaridad, besos de
extrañeza y hasta besos por azar. Conjugados con todos los verbos y tiempos
posibles, los besos se sucedieron sin parar.
Una
de las escenas más inolvidables de la historia del cine, es esa de Cinema Paradiso donde se proyectan en una pantalla todos los besos que la censura más
irracional le había cortado a las película. Durante décadas, el cura del pueblo
había logrado arrancarle el momento cumbre del amor a todos los filmes que vieron
sus feligreses.
Abrazo
tras abrazo, beso a beso, se arma una secuencia que construye, como un
rompecabezas, el mensaje final de Giuseppe Tornatore. El Besatón 2013 es
también eso, un mensaje de los dominicanos que prefieren la tolerancia a la
represión insensata y fundamentalista. Un gesto de amor en respuesta al lado
más absurdo de la violencia.
En
los últimos años, muchos delitos reales (desde desfalcos al Estado hasta
violaciones flagrantes de la Ley) han quedado impunes. Las autoridades se han
hecho de la vista gorda o han mirado para otra parte. Tanta fue la impunidad,
que la sociedad reaccionó con un amplio movimiento de protestas.
Los
besos en público, en cambio, aun sin estar prohibidos por la Constitución,
generan una respuesta inmediata y enérgica de las autoridades. ¿A qué se debe
esto, cuál es el origen de semejante perversión? Antes que ponerse a responder
esas incómodas preguntas, los organizadores del Besatón 2013 prefirieron acudir
al afecto.
“La
gente está invitada a besar a otras personas que esté de acuerdo, porque sí, o
por algún motivo específico. Estaremos desde las tres de la tarde en la Puerta
del Conde repartiendo besos y abrazos. Desde ahí partiremos hacia una caminata
amorosa por la calle El Conde, y en el transcurso de la misma, habrá
interpretaciones artísticas. Al final tendremos algunas sorpresas”, decían en
la convocatoria.
Dominicanos como esos se necesitan para construir un país donde
robar sea un delito y besarse no sea una condena.
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