Fidel Sendagorta, un diplomático
español que estuvo destacado en La Habana a principios de los años 90, me
regaló mi primer ejemplar de Mea Cuba,
el libro donde Guillermo Cabrera Infante reunió gran parte de lo que había
dicho sobre su país en innumerables publicaciones periódicas.
—El libro es muy bueno —me dijo un
día Cintio Vitier—, pero está escrito con demasiada roña.
En el momento en que oí la frase, yo
solo había visto a Cuba desde adentro. Mi primer viaje al mundo exterior se
produjo en el verano de 1993. El propio Cintio y su esposa, Fina García Marruz,
fueron mis compañeros de viaje. Volví a La Habana dos semanas después, no tuve
tiempo para entender nada.
Fue en República Dominicana, donde
vivo desde el año 2000, que por fin pude tener una idea mucho más exacta de la
tragedia cubana, de ese medio siglo donde mi país abandonó la órbita del mundo
y se aisló de una manera criminal (y no me refiero al embargo norteamericano,
que tiene mucho menos culpa en eso que la revolución).
Eso también me explicó la conducta
de Guillermo Cabrera Infante. Cuando los años empiezan a caerte encima, cuando
la vejez amenaza con darte alcance y las ausencias se postergan, una y otra
vez, la mayoría de los sentimientos comienzan a ser reemplazados por una
dolorosa impotencia.
Cada día que pasa Mea Cuba cobra más vigencia, lástima que
ya no pueda hablar con Cintio de eso. Me gustaría hacerlo, aunque le diera
mucha roña.
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