En 1959 los cubanos ya eran célebres por sus exageraciones. Aunque
La Habana era quizás la representación más lograda de eso, la grandilocuencia
estaba presente en muchos de sus signos de identidad, desde los gestos y el acento, hasta
la música y la literatura.
Pero nadie se atrevió a llevar la exageración a los extremos de
Fidel Castro. Los discursos del Comandante en Jefe le aportaron a la
conversación del cubano palabras y frases claves sin las que ya no podría
comunicarse: nunca, jamás, siempre, innegociable, indestructible, eterna…
El momento en que esa capacidad para la hipérbole llegó más lejos
fue cuando la Crisis de los Misiles. Ni siquiera la posibilidad de que la vida
desapareciera en el planeta Tierra pudo frenar al líder revolucionario. Sus
discursos de aquellos años pudieran ser recitados por personajes de George
Lucas.
Hoy la principal noticia del periódico Granma es una columna de opinión. Aunque “Perdimos nuestro mejor
amigo” está firmado por Fidel Castro Ruz, a las 11:35 de la madrugada del 11 de
marzo, no aparece como una de sus Reflexiones.
Desde la primera línea, el documento trata de convertirse en una
certificación. Cuando ya todo está listo para que la momia de Hugo Chávez sea
llevada a un altar, en lo más alto de una montaña, Fidel avala su dimensión de
prócer. Antes, dramatiza, exagera, sobredimensiona.
“El 5 de marzo, en horas de la tarde, falleció el mejor amigo que
tuvo el pueblo cubano a lo largo de su historia”. Parece un acto simple, una
frase superficial, pero se trata en verdad de una última genuflexión. De no
haber sido por Hugo la revolución de Fidel se habría apagado por falta de
combustible.
Pero eso lo llevó a cometer una injusticia imperdonable. Para decirlo
con sus palabras: Todo el petróleo de Venezuela no alcanza para comprar
la gloria del machete de Máximo Gómez. Por eso al final no es más que otra gran exageración, una de las tantas del cubano más exagerado.
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