(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos)
El día que los dominicanos se enteraron que su país había caído en
un hoyo empezaron a repetirse una misma frase: “Esto no tiene salida”. Desde
entonces el pesimismo, expresado de las maneras más diversas, no deja de ser
trending topic.
En el Centro de Estudios Universitarios, Sociales y Políticos de
la PUCMM, se celebró un coloquio sobre
el pensamiento económico de José Luis Alemán, el jesuita cubano que dedicó la
mayor parte de su vida a pensar a República Dominicana. Entre el público
estaban algunos de los más importantes economistas del país.
Curiosamente, Ellen Pérez-Ducy, Fernando Álvarez Bogaert, David
Álvarez Martínez, Lucas Vincens, Miguel Ceara Hatton y Manuel Montás coincidieron
en algo: hablaron del Padre Alemán en presente, dialogaron sobre los temas más acuciantes
de la actualidad como si él aún estuviera en capacidad de acompañarlos en el
debate.
El encuentro fue aprovechado para volver a presentar “La obra del
Dr. José Luis Alemán, S.J.”, de Ellen Pérez-Ducy. A través de 433 páginas, con
precisión y coherencia, Ellen revisa y analiza los aportes más importantes que
hizo el sociólogo durante 39 años de residencia en tierra dominicana.
“Si tuviera que resumir un legado tan grande de la manera más
breve posible, diría que José Luis Alemán siempre estuvo en contra de los
economicismos, que prefería la dimensión humana y social en el análisis del
desarrollo económico. Para él las cifras no eran nada si no se tenía en cuenta
a la gente que se hace invisible con ellas”, aseguró Ellen.
En los últimos trabajos de Alemán publicados en la prensa escrita,
no se cansó de alertar sobre el excesivo consumismo y la necesidad imperiosa de
aumentar la producción nacional. También insistía en la urgencia de aumentar
las exportaciones y la calificación de la mano de obra.
Muy pocos le hacían caso. Él murió en 2007, todavía faltaba un año
para que la economía mundial se desplomara y cinco para que nos enteráramos de que
la estabilidad y el “blindaje” de la economía había mutado en un hoyo sin
precedentes en la historia nacional.
Aunque los temas tratados eran muy complejos y algunos requerían
un gran nivel técnico, Ellen, Fernando, David, Lucas, Miguel y Manuel los
debatieron con palabras sencillas y razonamientos lógicos. Eso provocaba dos
cosas: admiración, por estar entre tanta gente capaz y lúcida; y tristeza, por
lo sombrío del panorama descrito.
Hay un capítulo del libro de Ellen, donde ella le hace una
entrevista imaginaria al padre Alemán. Las respuestas, sacadas de la obra del
sacerdote, se convierten en una lección inmejorable para los jóvenes
dominicanos y propone una nueva escala de valores, sin las distorsiones a la
que ha sido sometida en la última década.
Si un turista aterriza en el aeropuerto de Las Américas, sube por
la Lincoln, baja por la Winston Churchill y pasa por la Anacaona antes de
volver a montarse en un avión, conocerá justamente a la República Dominicana de
la que nos alertaba José Luis Alemán.
Esas torres, centros comerciales y autos de lujo no representan en
nada al resto del país, a lo que se quedó sin conocer. La opulencia y el
bienestar económico que representa esa escenografía, está muy lejos de la
realidad que viven la inmensa mayoría de los dominicanos.
El optimismo politiquero hizo que muchos creyeran real ese
decorado que, en efecto, parece una pequeña recreación de Nueva York, algo así
como el tramoya fantasmagórica de un parque de diversiones. Justo eso fue lo
que también llevó a los economistas reunidos allí a pensar que no había
escapatoria.
Pero entonces alguien volvió a recordar una frase del padre
Alemán:
—Si el país ya no tiene salida —dijo una vez—, entre todos tenemos
que construirle la puerta.
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