16 marzo 2013

Hay que hacer la puerta


(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos)

El día que los dominicanos se enteraron que su país había caído en un hoyo empezaron a repetirse una misma frase: “Esto no tiene salida”. Desde entonces el pesimismo, expresado de las maneras más diversas, no deja de ser trending topic.
En el Centro de Estudios Universitarios, Sociales y Políticos de la PUCMM,  se celebró un coloquio sobre el pensamiento económico de José Luis Alemán, el jesuita cubano que dedicó la mayor parte de su vida a pensar a República Dominicana. Entre el público estaban algunos de los más importantes economistas del país.
Curiosamente, Ellen Pérez-Ducy, Fernando Álvarez Bogaert, David Álvarez Martínez, Lucas Vincens, Miguel Ceara Hatton y Manuel Montás coincidieron en algo: hablaron del Padre Alemán en presente, dialogaron sobre los temas más acuciantes de la actualidad como si él aún estuviera en capacidad de acompañarlos en el debate.
El encuentro fue aprovechado para volver a presentar “La obra del Dr. José Luis Alemán, S.J.”, de Ellen Pérez-Ducy. A través de 433 páginas, con precisión y coherencia, Ellen revisa y analiza los aportes más importantes que hizo el sociólogo durante 39 años de residencia en tierra dominicana.
“Si tuviera que resumir un legado tan grande de la manera más breve posible, diría que José Luis Alemán siempre estuvo en contra de los economicismos, que prefería la dimensión humana y social en el análisis del desarrollo económico. Para él las cifras no eran nada si no se tenía en cuenta a la gente que se hace invisible con ellas”, aseguró Ellen.
En los últimos trabajos de Alemán publicados en la prensa escrita, no se cansó de alertar sobre el excesivo consumismo y la necesidad imperiosa de aumentar la producción nacional. También insistía en la urgencia de aumentar las exportaciones y la calificación de la mano de obra.
Muy pocos le hacían caso. Él murió en 2007, todavía faltaba un año para que la economía mundial se desplomara y cinco para que nos enteráramos de que la estabilidad y el “blindaje” de la economía había mutado en un hoyo sin precedentes en la historia nacional.
Aunque los temas tratados eran muy complejos y algunos requerían un gran nivel técnico, Ellen, Fernando, David, Lucas, Miguel y Manuel los debatieron con palabras sencillas y razonamientos lógicos. Eso provocaba dos cosas: admiración, por estar entre tanta gente capaz y lúcida; y tristeza, por lo sombrío del panorama descrito.
Hay un capítulo del libro de Ellen, donde ella le hace una entrevista imaginaria al padre Alemán. Las respuestas, sacadas de la obra del sacerdote, se convierten en una lección inmejorable para los jóvenes dominicanos y propone una nueva escala de valores, sin las distorsiones a la que ha sido sometida en la última década.
Si un turista aterriza en el aeropuerto de Las Américas, sube por la Lincoln, baja por la Winston Churchill y pasa por la Anacaona antes de volver a montarse en un avión, conocerá justamente a la República Dominicana de la que nos alertaba José Luis Alemán.
Esas torres, centros comerciales y autos de lujo no representan en nada al resto del país, a lo que se quedó sin conocer. La opulencia y el bienestar económico que representa esa escenografía, está muy lejos de la realidad que viven la inmensa mayoría de los dominicanos.
El optimismo politiquero hizo que muchos creyeran real ese decorado que, en efecto, parece una pequeña recreación de Nueva York, algo así como el tramoya fantasmagórica de un parque de diversiones. Justo eso fue lo que también llevó a los economistas reunidos allí a pensar que no había escapatoria.
Pero entonces alguien volvió a recordar una frase del padre Alemán:
—Si el país ya no tiene salida —dijo una vez—, entre todos tenemos que construirle la puerta.

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