La semana pasada irrumpieron en mi oficina dos mujeres muy
sobrias. Eran vendedoras de Puertas del Cielo, el más exclusivo cementerio de
Santo Domingo. Aunque fui tajante desde el principio, insistieron. No les cabía
en la cabeza el hecho de que me negara a tener una tumba.
—Le he dado instrucciones a mi esposa y a mi hija para que echen
mis cenizas en el potrero de mi abuelo —Les dije— Quiero quedarme para siempre
en el Paradero de Camarones y esa es la manera más factible.
Esa extraña experiencia, me llevó a releer las peripecias de
Patricia Gutiérrez Menoyo con las cenizas de su padre. La hija del comandante
recorrió casi todos los paisajes de mi infancia esparciendo sus restos:
Manicaragua, Cumanayagua, Charco Azul, El Nicho…
Como una niña que aún no ha conocido el rencor, Patricia regresó a
los lugares donde el héroe protagonizó sus más grandes hazañas. Puñado a
puñado, devolvió su cuerpo al único lugar en el mundo al que verdad pertenecía:
las montañas del Escambray.
Mi sentido de pertenencia es mucho más estrecho. Si uno camina por
la línea de ferrocarril en dirección al Norte, una vez que se acaba el andén de
la estación, encontrará un pequeño puentecito. En época de lluvias, por ahí
corre una sinuosa cañada.
Si me echan en época de lluvias, podré llegar hasta el río Caunao
y luego desembocar en la bahía de Cienfuegos. Con un poco de suerte, una
milésima parte de mí podría alcanzar el mar Caribe. No pretendo tanto, pero
para algo existe la ley de las probabilidades.
Digo todo esto para demostrarme a mí mismo que me sobra tiempo
para volver y, sobre todo, para quedarme. Si el cielo tuviera puertas, esas
serían las más grandes en mi caso.
1 comentario:
Gracias, fogonero, espero que cumpla su deseo, "Si me echan en época de lluvias, podré llegar hasta el río Caunao y luego desembocar en la bahía de Cienfuegos. Con un poco de suerte, una milésima parte de mí podría alcanzar el mar".
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